POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
Las tragedias naturales ocurridas en Haití y Chile tienen que bajar a los grillos mexicanos de su burbuja de porquería.
En Haití el número de pérdidas de vidas humanas rebasó dos mil; Chile, en el transcurso de los días, posiblemente se acercará a tal cifra.
Los dos países están severamente golpeados y expuestos a que otros fenómenos similares los ataquen.
El 19 de septiembre de 1985, la Ciudad de México fue golpeada por un sismo, cuya repetición al día siguiente, desmoronó momentáneamente la voluntad de ayuda de la sociedad civil.
En horas fundamentales, el gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado no pudo y no quiso encarar la emergencia y aceptar que el país estaba crujiendo por todos lados.
Por edad, yo pertenecí a esa generación de jóvenes capitalinos que nos salimos a las calles destruidas a tratar de socorrer a las víctimas más lastimadas que nosotros. Encaramos la ineptitud de las autoridades, la prepotencia del ejército y la policía, el maltrato y la voracidad de los empresarios, y seguimos literalmente con las manos quitando piedras para salvar a quienes el señor de Los Pinos sacrificó en aras de no dar una imagen errónea al mundo de la precariedad de México.
Cuando el mastodonte burocrático empezó a moverse ya era muy tarde. Si los residentes del Distrito Federal no se hubieran movido al instante, el número de decesos sería mayor, y cuyo total fidedigno nunca sabremos.
En la reconstrucción los funcionarios prometieron tantas cosas que sólo alcanzaron para terminar el sexenio. Después, los nuevos déspotas sexenales olvidaron el espanto y la palabra empeñada.
Veinticinco años después, la vulnerabilidad del Distrito Federal ha empeorado, precisamente por ignorar las normas básicas de seguridad que implica vivir en una zona de alta actividad sísmica. Se han construido cuantas obras públicas y privadas se han querido, valiendo las estimaciones científicas para hacerlas. La población sigue en aumento y los focos rojos de alto riesgo decoran un mapa gigantesco sin causar demasiada reflexión.
Las lluvias “atípicas” y las inundaciones, en las últimas semanas, pusieron de cabeza a la megalópolis, señalando que en eso de la prevención y la reacción inmediata, los burócratas no entienden la “o” por lo redondo.
Una prueba simple de ello es que cada año, a la fecha y a la hora señalada, la autoridad capitalina hace una ceremonia luctuosa y esgrime el trillado discurso de “no volverá a pasar”.
En la Delegación Benito Juárez, donde habito con mi familia, el 30% de los nuevos edificios erigidos, gracias a las tranzas del delegado y compañía, muestra deficiencias estructurales que ponen en riesgo la integridad de sus inquilinos y de las construcciones alrededor. Vea al rumbo que vea, los condominios recién acabados lucen el “progreso” de una urbe.
Y no mencionemos el día a día de las alarmas y accidentes que se pudieron evitar, pero que no pasaron de la ventanilla de quejas, de unos mal nacidos indolentes.
Por el bien de todos, espero que Haití y Chile despierten a México porque el trancazo le va a llegar y no entenderá de partidos, corrupción y dedazos vergonzosos.
La naturaleza no es traicionera, avisa puntual, sólo es cosa que el hombre sea humilde y entienda lo que tiene qué hacer.
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