POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
La ceguera de un gobierno es fatal cuando, a pesar de los hechos comprobables, insiste en sólo aceptar la realidad que le conviene o que de plano no existe.
En cuarenta y ocho horas, presuntos grupos de sicarios bloquearon al menos treinta puntos estratégicos que comunican las poblaciones de Reynosa y Miguel Alemán, Tamaulipas, con 60 vehículos robados a particulares a punta de pistola.
El colapso vial que desató tal proceder fue menor a la sensación de terror que experimentaron los ciudadanos que tuvieron la mala de suerte de estar en lugares equivocados a la hora inadecuada.
Naturalmente, los enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad y los delincuentes no cesaron en esta rutina deprimente en que han vivido zonas importantes de la República.
La Secretaría de Gobernación calificó que esos actos son consecuencia de la desesperación del hampa ante el avance de la persecución del Estado.
Esta idea que ha sido repetida hasta la saciedad demuestra una lectura torcida de los hechos. Los criminales, como lo hemos tratado explicar en otras entregas, están llevando a la opinión pública y al ciudadano promedio exactamente donde desea ponerlos.
Ante cada demostración efectiva de valentía y riesgo extremo, los delincuentes consiguen una cobertura mediática absoluta y esparcen la percepción de ser invencibles porque sin importar las bajas, las huestes de los carteles regresan con exhibiciones peligrosamente espectaculares.
La mentalidad triunfalista e inaudita del gobierno de Felipe Calderón se cierra a meditar que el terror desatado no traerá el apoyo de la ciudadanía a sus planes de exterminio, sino en la aceptación de su orfandad y la búsqueda de la seguridad y la justicia por sus propios medios.
A los funcionarios públicos se les paga para proteger la integridad y la seguridad de los ciudadanos, cuando no cumplen ese requisito, el pueblo tiene el derecho constitucional de pedir su renuncia.
Las operaciones intimidantes de los narcotraficantes ya comprometieron a los gobiernos de México y Estados Unidos en una relación de claroscuros, en la que cada parte culpa a la otra de responsabilidades internas que no se preocuparon por cumplir a tiempo. Ahora, a marchas forzadas, México trata de apagar el incendio y los Estados Unidos que no pase la frontera.
No importa la captura de probables pesos completos de los carteles, en tanto los verdaderos cerebros de estas organizaciones se mantengan a salvo, ya en la complicidad de ciertas autoridades, ya en el extranjero.
En esta etapa de lucha, los sicarios son sacrificados para mantener el asedio a la gente común que comienza a moverse de sus lugares de origen para encontrar protección en otras latitudes; a cerrar negocios; a padecer la paranoia del secuestro o el fuego cruzado; a preguntarse si efectivamente el despliegue del ejército ha sido eficaz; a ubicar al presidente como un adversario más en la cadena del horror.
¿Y dónde están los otros poderes de la Federación? Repartiéndose cuotas de excepción como si el circo fuera a dudar eternamente.
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