POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
Acomodados en la pésima tradición de los agarrones entre medios de información y grupúsculos de poder, es el turno para que el periódico de izquierda La Jornada y la revista Letras Libres, espacio ejemplar de la intelectualidad funcional al status quo, ventilen discrepancias bajo el árbitro autorizado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
La fractura es vieja y data de marzo de 2004, cuando Letras Libres publicó un artículo de su subdirector Fernando García Ramírez titulado “Cómplices del terror”, en el que acusa a La Jornada de ser colaboradora de ETA. No brinda una sola prueba de ello. Su único argumento es que el diario tiene un convenio con el periódico Gara.
Según Letras Libres, Gara, que se publica en Euskadi, está “al servicio de un grupo de asesinos hipernacionalistas”. Sin embargo, de ser así no se explica que se venga publicando legalmente en España desde 1999.
Es sabido que Enrique Krauze y compañía se manejan al ritmo de lo políticamente correcto y conveniente, por algo son favoritos de algunas facciones de clase.
Letras Libres vive de las contribuciones discretas de los amigos y, en cuanto a la filiación española, pertenece a la Asociación de Revistas Culturales de ese país.
Letras Libres llegó a la península en 2001 y tres años después aceptaba la directriz del gobierno de José María Aznar en cuanto a sumarse al frente anti terrorista internacional, orquestado por George W. Bush a propósito de las consecuencias bélicas de los atentados terroristas del once de septiembre.
Aznar, auspiciado por la histeria estadounidense, estableció el recrudecimiento persecutorio de ETA.
Vicente Fox que tampoco entendía bien la bronca, hizo eco del gobierno español y dio manga ancha para que se hiciera lo debido, por si el mal llegaba a las instituciones mexicanas.
Pura palabrería y diplomacia patito.
Fiel a su declaración de principios, y a la cercanía de la línea dura del Partido de la Revolución Democrática, La Jornada defendió la soberanía nacional y el derecho de asilo, presuntamente violentado por la decisión de las autoridades panistas de convertirse en agente policiaco de España en la solicitud de sus problemas domésticos.
Apegados al guión y a los billetes, alineados con la ofensiva madrileña, diversos medios de comunicación criticaron al periódico y a sus funcionarios. Pero pocos fueron tan lejos como Letras Libres, que se lanzó al ruedo de una manera bastante estúpida e ignorando una de las premisas fundamentales del periodismo serio: la información dura para sustentar el texto.
La Jornada nunca avaló ni justificó las acciones criminales de ETA; por el contrario, las criticó reiteradamente en gran cantidad de editoriales. Un ejemplo entre muchos: en “La sonrisa de Aznar”, publicado el 22 de noviembre de 2001, se dice: “La violencia de ETA es, sin duda, indefendible. Ninguna causa social, ningún nacionalismo, puede justificar el asesinato de civiles inermes –sea cual fuere su filiación partidaria o sus funciones– ni las acciones terroristas que afectan, indiscriminadamente, a la población. Nada ha hecho más daño a la causa de la soberanía vasca que el derramamiento estúpido de sangre por parte de ETA”.
El periódico sostuvo, sí, que dentro del País Vasco existían una serie de expresiones nacionalistas e independentistas que debían ser escuchadas y respetadas. Asimismo, alertó sobre los severos atentados a los derechos humanos y a las libertades de expresión perpetrados por el Estado español, en su afán por resolver el conflicto por la vía exclusivamente policial.
Letras Libres nunca pudo probar la acusación que hizo de La Jornada.
Enrique Krauze explicó en un artículo presentado en Reforma, diario pro empresarial a más no poder la versión del desencuentro.
“El 30 de enero de ese año (2004), el juez de la Audiencia Nacional Española, Baltasar Garzón, se había presentado en el Reclusorio Norte de la Ciudad de México para asistir a la ampliación de la declaración en el proceso de extradición de seis detenidos vascos, acusados de pertenecer a ETA. Ante la cobertura de esos hechos por parte de La Jornada, Garzón publicó una carta en la que acusaba al diario ‘de manipulación informativa’ y comentaba: ‘me preocupa que presenten como paladín de la libertad y de la dignidad restaurada a una organización terrorista que tantas muertes ha causado y que tanto dolor ha llevado y lleva a muchos hogares españoles y de otras nacionalidades’. El señalamiento del juez Baltasar Garzón fue muy claro: la dignidad de una sociedad se alcanza cumpliendo la ley ‘y no mintiéndole al pueblo como ustedes han hecho’ (La Jornada, 31 de enero de 2004)”.
Krauze, plantea que Fernando Savater en 1997: “se había quejado en términos similares de un reportaje sobre ETA publicado en La Jornada: ‘Es difícil encontrar una celebración más partidista y mendaz de un País Vasco afortunadamente imaginario y de un terrorismo desgraciadamente real que la realizada en estas páginas’…”.
Recuerda Krauze que el redactor del texto de Letras Libres que molestó a La Jornada hizo referencia a “la noticia aparecida en el diario español La Insignia (5 noviembre de 2002) en el sentido de que el diario Gara -cercano a la organización Batasuna, brazo político de ETA- había firmado un acuerdo de colaboración con La Jornada. Se preguntó por qué, si La Jornada había dado a conocer los acuerdos firmados con The Independent y Le Monde, optó en cambio por no hacer público su convenio con Gara. Esos y otros elementos (como el hecho público de que Josetxo Zaldúa, Coordinador General de Información de La Jornada, tuviese dos procesos abiertos por terrorismo en España) le parecieron suficientes para escribir su artículo.
(Para los interesados el texto puede verse en el sitio de Letras Libres (www.letraslibres.com) y directamente en http://www.letraslibres.com/ index.php?art=9458).
Continúa Krauze: “Considerándose agraviada por el señalamiento de complicidad con ETA, en agosto de 2004 La Jornada presentó una demanda penal por calumnia en contra de Fernando García Ramírez, y otra demanda civil por daño moral en contra de la casa editora de la revista Letras Libres. A partir de entonces, un grueso expediente se fue integrando con las sucesivas sentencias y amparos en cada una de las instancias judiciales. En enero de 2011 la Suprema Corte de Justicia decidió atraer el caso”.
En la desesperada Krauze acusa: “En los últimos años, la Corte ha tenido la última palabra en varios conflictos sobre libertad de expresión, querellas entre particulares, entre autoridades y particulares, y entre medios y autoridades. En todos ellos ha protegido la libertad de expresión. Ahora, con el caso de La Jornada contra Letras Libres, la Corte atrae por primera vez un conflicto entre dos medios de comunicación. En última instancia, La Jornada ha esgrimido el sorprendente argumento de que la Ley de Imprenta vigente le parece insuficientemente restrictiva con respecto a la libertad de expresión. Sin embargo, en un litigio reciente con el Colegio Green Hills, La Jornada fundamentó su defensa en la misma ley que ahora quisiera limitar o poner en entredicho, y con ello logró el fallo positivo de la Suprema Corte. La contradicción es evidente: La Jornada no está dispuesta a conceder a otros medios la libertad que ella misma reclama y que ostensiblemente se toma”.
Evidentemente Krauze no es ducho en la defensa legal y opta por la verborrea sin arrepentimiento: “El conflicto entre Letras Libres y La Jornada no sólo atañe a la libertad de expresión sino, de manera específica, a otro tema central para la democracia en México: el tema de la transparencia. La prensa ha sido llamada un cuarto poder desde el siglo XVIII, y en el siglo XX aumentó la conciencia de que debe ser -como los otros tres poderes- un poder responsable y transparente. Dejando a un lado la cuestión de si es legal o debe serlo publicar contenidos que simpatizan con los de una banda terrorista, lo menos que se puede exigir a un medio es transparencia: una cosa es publicar esos contenidos, y otra ocultar su origen y editorializarlos como afirmaciones del periódico”.
La mediación de la Suprema Corte de Justicia puede constarle a Letras Libres, a Enrique Krauze y la fauna que lo nutre el descrédito permanente, la bancarrota y la desaparición obvia de la publicación.
No obstante, la cerrazón se impone y bien “perdona vidas”, Krauze concluye: “Cualquiera que sea el desenlace de este largo y penoso conflicto, sobra decir que la revista Letras Libres se allanará a la sentencia. Si gana, tenderá la mano a La Jornada para convivir en el espacio público en un marco de pluralidad y respeto. Si pierde, espera que La Jornada actúe en el mismo sentido”.
Krauze, no es Octavio Paz, otro intelecto flechado por el presupuesto y famoso por las vendettas personales, si no un agraciado mortal que deberá responsabilizarse de sus actos
La libertad de expresión e imprenta no está en juego, no al menos por este escándalo ramplón, sino la costumbre de los medios mexicanos a soltar madrazos, esperando que los aludidos no les contesten o les quiten los espolones.
Acusar, pobre fantasía mediática, no es señalar la llaga, sino probar que efectivamente existe, y eso es un trabajo profesional que ya no quieren hacer.
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