POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
Quítele la cursilería emotiva y la vejez, por donde se vea, no es “linda”, no es “plena” y mucho menos “decorosa”. El deterioro de la mente y el cuerpo es irreversible, reubicando la interrogante humana del miedo a la muerte por el terror a no saber cómo se va llegará a ella.
En México, la vejez es un mito recurrente en la fantasía popular, la demagogia de los discursos grillos y la manipulación religiosa, pues acá no existen los ancianos al ser decretados socialmente “muertos en vida”.
Entre el abandono, la marginación, la desigualdad social y la falta de servicios de salud, viven 7 millones de poco más de 10 millones de adultos mayores en total que hay en México. Los ancianos que no entran en la estadística pertenecen a una realidad diferente de clase, como la ha sido desde que el mundo es mundo.
La ausencia de políticas públicas adecuadas para este sector de la población incrementa esa situación. Algunos los que algún día fueron el motor de crecimiento y desarrollo para este país, apenas logran sobrevivir, casi de la limosna o del ejercicio de actividades humillantes. El trabajo digno es una utopía; un sueño perdido en la edad.
En México sobreviven 10.1 millones de hombres y mujeres mayores de 60 años de edad, lo que representa 9% de la población total del país, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
De esa cifra, poco más de 7 millones viven en la pobreza y entre ellos más de 800 mil en la pobreza extrema según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL).
Tres millones de adultos mayores están dentro de la población económicamente activa; de éstos, cerca de dos millones trabajan en el sector informal, sin sueldo fijo, sin seguro y sin prestaciones; pero sólo uno de cada cinco recibe una pensión, según la contabilidad del Estado.
Aunque la mayoría de las entidades federativas del país cuentan con una ley de protección para los adultos mayores, en Guanajuato, Guerrero, Michoacán, Nayarit, Oaxaca, Sinaloa, Veracruz y Yucatán los congresos no han querido dotarse de una.
A pesar de que la salud en México es un derecho fundamental, tres de cada 10 adultos mayores no cuenta con seguridad social. El caso más extremo es Guanajuato, donde ocho de cada diez no cuenta con algún esquema de protección.
El INEGI señala que de cada 100 adultos mayores en el país, 26 tienen alguna discapacidad, y la diabetes mellitus es la principal causa de ingreso hospitalario y de muerte entre las personas de 60 años y más.
En Hidalgo y San Luis Potosí se concentra el mayor número de personas discapacitadas de este rango de edad; ahí 29 de cada 100 adultos mayores tienen capacidades diferentes.
Datos de la Encuesta Nacional sobre Discriminación revelan que 27.9 % de las personas mayores ha sufrido alguna vez algún tipo de discriminación; 40.3% señala como su principal problema el económico; 37.3% el acceso a la salud y medicamentos y 25.9% la falta de trabajo.
Sonora es el estado donde más ancianos viven solos, con 20% de esta población en esa condición.
Casi la mitad de los ancianos en México no tienen los ingresos suficientes para cubrir sus necesidades básicas en salud, alimentación y vivienda, 21.4% de las personas mayores de 65 años en el país carecen de acceso a la alimentación adecuada.
Actualmente la medianía de edad en México es de 26 años y se espera que para 2030 sea de 35 años, mientras que la perspectiva para 2050 es que los mayores de 60 años representen 27% de la población total.
Sin embargo, ni la sociedad ni el gobierno están haciendo algo para integrar a este grupo de la población a la oportunidad de tener condiciones de vida decorosas.
Compartiendo la vulnerabilidad con discapacitados, infantes y mujeres, los ancianos viven la muerte anticipada, olvidados en el último reducto de la responsabilidad nacional como si la juventud orgullosa dominante hubiera construido todo y no le debieran al pasado nada.
Esta es la realidad de nuestros muertos vivientes.
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