POR.- EL DODO DE HUMOR NEGRO
Gracias a la entusiasta colaboración de sus integrantes distinguidos, es una burla pública y una pésima muestra de cohesión interna el carnaval en que se convirtió el Partido de la Revolución Democrática de cara a la sucesión presidencial mexicana de 2011.
Como es costumbre no faltaron las tomas de edificios, las agresiones y quejas por patrones incompletos, reposición de elecciones y la tradicional advertencia de la imparcialidad del Consejo del partido.
Metido en un desgasta innecesario, la militancia del “sol azteca” está asegurando el eclipse definitivo del organismo.
El centro del conflicto no es la lealtad partidista, sino el sectarismo de loas grupos dominantes: la línea cavernícola afín a Manuel López Obrador y la seguidora vegetariana de Marcelo Ebrard.
Ejemplo clásico del absurdo ideológico de la izquierda en México, la secretaría del PRD, Dolores Padierna, funesta personalidad típica de la transa y el chaquetazo aventurero, desestimó todos los procesos que no la beneficiaron, sin embargo, jamás se le ha ocurrido renunciar al puesto.
Los “corrientes” del PRD ni siquiera lograron ponerse de acuerdo en una lectura promedio de los reglamentos del partido para sustentar debidamente los acarreos proselitistas. Quizás, el punto no sea la pureza del movimiento sino la permanencia en el presupuesto.
En la guerra por el poder todo es válido, desde el fuego amigo hasta la violencia interna. La realidad es una: el PRD está en manos de cuatreros, renegados y mercenarios que tienen todo menos profesionalismo político.
Apostando por el atraco electoral, se olvidaron de cuidar las formas y el mensaje hacia la ciudadanía es uno: la barbarie grilla.
Aunque se niegue, la memoria, aunque corta del electorado, ubica perfectamente la trayectoria siniestra de entes nefastos que se proclaman paladines del pueblos e ideólogos de la justicia.
Los recientes desgarriates por la integración del Consejo del partido tuvieron origen en la impugnación que interpuso Carlos Sotelo ante el Tribunal Electoral, luego de que el partido había llegado a un acuerdo de mantener a los consejeros en su estructura actual hasta después de las elecciones de 2012, que por supuesto no engrandecían los intereses del personaje.
El PRD no tuvo otra que renovar a sus consejos estatales y nacional, y elegir a los delegados del Congreso Nacional.
En el reparto de puesto no pudo faltar la inconformidad y de ahí el PRD se fue a la muerte súbita y al descontón sin apañón.
Con la mano en los bajos, los terroristas de la grilla amarilla jugaron casi en volados el 91% de su militancia al enturbiar procesos los estados del Distrito Federal, Chiapas, Zacatecas, Oaxaca y Veracruz.
La respuesta de los emperadores Ebrard y Obrador fue un falso “yo no fui” y el exhorto hipócrita a calmar los ánimos y respetar la voluntad de los militantes.
En el mejor de los escenarios, el Partido de la Revolución Democrática será un membrete para justificar la presencia de un candidato presidencial que, hábilmente, tendrá fuerza garantizada lejos, muy lejos, de ese cochinero que alguna vez alentó un ideario progresista.
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