POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
Era de esperarse. Barak Obama no pudo cumplir las promesas y el electorado estadounidense respondió al canto de las sirenas republicanas.
Con un Senado tambaleante, una cámara baja republicana y el grueso de los gobernadores alineados a la derecha, el sueño de unos Estados Unidos diferente se viene abajo.
No es que al partido demócrata le faltó oficio; lo tiene para dar y repartir. No es que el pueblo le haya dado la espalda al residente de la Casa Blanca. Es algo más simple: a la hora de ejercer el poder Obama tardó en imponerse y dejó crecer a los sectores menos tolerantes del radicalismo republicano.
Cientos de veces, los asesores externaron la necesidad de dejar un poco el discurso en abstracto y resolver los cientos de problemas internos y externos que el país padece. No hizo caso. Apostando por un tiempo casi cósmico, el político olvidó a los votantes y la prisa válida exigirle resultados, no promesas de amor y paz.
Tan pronto los resultados electorales del 2 de noviembre de 2010 fueron corroborados, el partido republicano fue claro: se gobernará, pero con condiciones. El cheque en blanco de Obama expiró.
La tesis central republicana es acortar los excesos populistas del Presidente y empecinarse en generar problemas que den ganancias.
El capital de la democracia, en la concepción de la derecha, genera excedentes productivos o no sirve. Por ende, buscará reventar las propuestas de reivindicación social que tanto alardeó Obama y cercará la Casa Blanca a hacer lo estrictamente necesario, a modo de no entorpecer la vía gandalla de personajes siniestros como Ronald Reagan, los Bush y un largo etcétera que hicieron de la desgracia propia y ajena, los cimientos del imperio.
Para los amantes de las estadísticas, recordarán que cuando se preguntó a los votantes cuál partido consideraba que podría enfrentar los retos del país en los siguientes años, los demócratas ganaron 42% sobre 38% de los republicanos; cuando se les cuestionó quiénes podrían manejar mejor la economía, los demócratas ganaron con 44% sobre un 37% para los republicanos; cuando se les cuestionó cuál de los dos partidos deberían tener mayoría en el Congreso, 36% dijo que el Demócrata y 30% por el Republicano. De hecho, 67% desaprueba a los republicanos en el Congreso.
Aclarando que Estados Unidos, no es México, por eso de las benditas comparaciones, allá el planteamiento es único: o sirves o te vas.
Obama tendrá que reinventarse o la continuidad presidencial necesitará de un verdadero milagro.
El presidente y su staff están amarrados por los adversarios y les harán pagar caro, los intentos de meter a la nación en los caminos peligrosos de la concordia, el diálogo y demás exotismos que han debilitado la sacra hegemonía del águila imperial.
No faltará el columnista emplumado que achaque la derrota de Obama y los demócratas como un daño colateral a la mala suerte que ha acompañado a Felipe Calderón, desde que era el candidato no oficial. El presidente norteamericano visitó México en su primer acto roce político con el extranjero, y miren cómo le fue.
Las cruces arden en Alabama.
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