POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
Después del asesinato de 14 jóvenes en Ciudad Juárez y de 13 en un centro de adictos en Tijuana, Felipe Calderón expresó “Es un camino largo, quizás sin muchos resultados en el corto plazo o por lo menos no espectaculares. Pero sí es un camino eficaz. Y además es el único que hay”. Como se desprende de la insensibilidad del Ejecutivo, los más de mil 200 asesinados menores de edad se incrustan, sin pruebas ni nada, derechito en el bando de los delincuentes que se matan entre sí. Además, si no tendremos resultados en el corto plazo por qué la Presidencia insiste en sacar más dinero para saciar a las bestias de la violencia. ¿Acaso el sueño de Calderón es pasar a la historia como el homicida más influyente de la historia de México?
La discusión no es pequeña cuando, según el Instituto Nacional de Siquiatría Ramón de la Fuente Muñiz, que no es una institución especializada de medio pelo, confirma que al finalizar el enfrentamiento armado de Calderón y los narcos, habrá más pacientes con esquizofrenia, trastorno obsesivo-compulsivo, angustia y pánico, padecimientos que tienen una incidencia de 20% en el país.
En palabras llanas, según la publicación de El Universal, la salud mental de mexicanos quedará afectada al grado que se convertirá en uno de los principales problemas de salud pública sintomatizado en depresión social; es decir, un desánimo por la vida productiva y la organización.
Vivencias directas o indirectas, los enfrentamientos con balas, la aparición de hombres decapitados, la masacre de adolescentes y la muerte despiadada, conformarán un recuerdo que hará estragos en el mapa siquiátrico de los mexicanos.
Esto sin aplicarse a desentrañar las repercusiones del caldo de cultivo que en estos años ha penetrado la psique de las generaciones jóvenes, sacrificadas aun en la pobreza y el desamparo histórico.
En los grandes centros urbanos la sombra del miedo es una constante y los pobladores desarrollan un trauma colectivo frente a la indefensión de los depredadores humanos que actúan a sus anchas.
El miedo mueve a la gente a la desarticulación social, a no relacionarse demasiado y a desconfiar hasta de su sombra, lo que debilita una reacción ciudadana conjunta, fuerte y eficaz antes los excesos del hampa.
Para el perverso interés de la clase dominante, la situación límite impulsada por Calderón convence a la mayoría de que nada se puede hacer, de aquí nos tocó vivir y que todos estamos chingados.
La afectación a la salud mental tendrá dos saldos. Uno lo integrarán los supervivientes directos de los hechos violentos: hombres, mujeres y niños que presenciaron tiroteos, perdieron familiares o abandonaron sus casas y tierras. En el otro, estarán aquellos que escucharon y leyeron en forma sistemática noticias sobre hechos crueles.
Las lesiones del espíritu, a diferencia de las físicas, tienen otra dinámica de tratamiento y cuyo desenlace es impredecible, en especial, en una sociedad que ve a la psiquiatría como una especialidad que atiende a “locos”.
Es indispensable prepararnos a modo de generar la infraestructura de atención a la salud mental y la formación de cuadros de especialistas.
México cuenta con 2.7 siquiatras por cada 100 mil habitantes y 0.85% del presupuesto nacional está destinado a la salud mental, cuando la cifra recomendada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) es de 10%.
Otro punto en contra es que la OMS indica que las enfermedades mentales representan 13% dentro de las discapacidades, y el concepto de “discapacidad siquiátrica” aún no es reconocido en el país.
Por ende, la guerra contra el narcotráfico, en el remoto caso que cese de inmediato, sólo daría un respiro para recuperar las almas de los mexicanos que quedamos en medio de una malignidad sin nombre.
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