POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
La capacidad de creer de los mexicanos raya en lo humanamente imposible. A pesar de los devastadores números y los raquíticos resultados de la Selección Nacional de Fútbol, condenada a medirse con Sudáfrica en el partido inaugural de la Copa del Mundo a celebrarse en el mencionado país, no faltan las voces, que cobran por alimentar la esperanza verde, y los diagnósticos del bronco pueblo para suponer una recuperación casi mágica del proyecto deportivo y aspirar a trascender en la gesta mundialista.
A pocos días del encuentro y en improbables partidos de preparación, México ha perdido tres goles contra uno con Inglaterra y dos a uno con Holanda, resaltando que, independiente a las florituras de jugar en conjunto, los verdes están condenados a no poder tener una delantera eficaz que dé goles, pues así es como se ganan los encuentros con anotaciones, y no con estampas estéticas aisladas.
Fieles a la tradición de justificar todo, los “versados” en el deporte de las patadas extraen explicaciones imposibles, tipo Caso Paulette, para no apagar el entusiasmo de las masas y que se sigan poniendo la verde.
El punto es muy simple. Las potencias futbolísticas aprovechan las oportunidades y anotan. Los mexicanos, aun con la portería a descubierto, perdemos las que nos pongan. Sin una ofensiva real, ganar se complica, pero en la media y la defensa el panorama no mejora, hace agua y el portero, sea quien sea, está obligado a hacer una diferencia, no emparedados para la marca que los patrocina.
Considerando a la Selección Mexicana de Fútbol como microcosmos de nuestra sociedad, el Directo Técnico es un presidente fallido que hace un gabinete a su antojo que no cumple ni las promesas ni los retos que la nación encara. Los jugadores son los equivalentes de los grillos de siempre arribistas, limitados y seguros de preocuparse sólo por sus cuentas bancarias y no por satisfacer las obligaciones. Los hinchas son el pueblo manipulado, titubeante y creído en supercherías de tres cuartos.
El ranking de la FIFA, el verdadero imperio que controla el fútbol profesional del orbe, es una pálida sombra de otros conteos planetarios que ponen a México en los lugares del eterno intermedio, del que quiere, trata y no alcanza, pero que ni así entiende, insiste en medirse en espacios que lo achican de entrada.
Solicitar el apoyo moral y económico del mexicano promedio debería de pararse en la entrega de un producto competitivo, bien hecho y ganador, no en un remedo de grandes cosas, limitadas hazañas y metido en las cajas de saldo de las tiendas. Los mandos de la Federación Mexicana de Fútbol no caen en la cuenta que el negocio sería mayor si se arriesgarán a romper con el círculo vicioso del paternalismo, el nepotismo y de eludir la responsabilidad que hacen del “fucho” local una vacilada extremadamente cara.
Todavía restan unos encuentros amistosos antes de la hora marcada, no esperamos mucho, no obstante, damos el beneficio de la duda, quien quita que ahora que don Gabriel Vargas, creador de la Familia Burrón, está con San Nabor, recibamos la ayuda divina que nos evite un ridículo tremebundo a cambio de una discreta salida por piernas del Mundial.
Ya lo expresó nuestro amigo el Cucú: estos resultados no cuentan, en Sudáfrica será otra cosa.
Y luego porqué nos decepcionamos cada cuatro años.
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