Felipe Calderón es ahora un presidente monotemático. A la primera oportunidad de hablar, y miren que tiene muchas, se lanza a reseñar la guerra contra el narcotráfico y ni quien lo baje de la repetición instantánea.
Al margen del hartazgo de la concurrencia y de los lambiscones que le rodean, Felipe habla, habla y habla, pero no hace nada. Es la hora que la cuota de muertes y violencia no reporta una solución tangible al problema que dice atacar.
Ayer, jueves, el candidato del Partido Acción Nacional a alcalde de Valle Hermoso, Tamaulipas, Luis Mario Guajardo Varela, un hijo suyo y un trabajador, fueron asesinados en ese municipio.
Como vicio, los asesinos llegaron, soltaron fuego y tranquilamente siguieron su camino.
Elementos de la Policía Ministerial del estado encontraron en el lugar del atentado cartuchos percutidos calibre .9 milímetros. Naturalmente, nadie sabe nada y las investigaciones continúan.
El martes pasado, el candidato a gobernador del PAN, José Julián Sacramento, denunció que tenían problemas para registrar candidatos en algunos municipios fronterizos, debido al clima de inseguridad que prevalece y a algunas amenazas.
Veinticuatro horas después el Partido Acción Nacional (PAN) anunció que ante la presión que ejerció el crimen organizado para que no postulara candidatos en los municipios de Nueva Ciudad Guerrero, Camargo y Ciudad Mier, en Tamaulipas, sólo registraría los nombres de los aspirantes, pero no harán campaña para mantener su integridad.
Sobre este peligro de muerte real, la Presidencia de la República se apega al guión y al cansancio ciudadano. La premisa de que el crimen organizado está en retirada y lanza desesperadas patadas de ahogado es una explicación simplista de una realidad contraria.
En el siglo pasado, la tendencia de que la oposición pusiera los muertos en los procesos electorales suponía la culpabilidad del partido en el poder. Ahora, los partidos son rapados por las mismas tijeras sin contemplaciones, incluso, el costo mortal que implica una candidatura distancia a los grillos que están dispuestos a la tranza, pero no a ofrendar sus miserables existencias por un puesto.
El mensaje político, económico, social y hasta cultural es básico. El narcotráfico llegó para quedarse, durará más que esta administración canalla y se llevará por delante a quienes pretenden lo contrario.
Aunque la estadística se amañe y exista un pacto de silencio entre los miembros de clase dominante legal, el cuadro final expresa la fortaleza de la ilegalidad de una burocracia que espera que del cielo le caiga el milagro o que los Estados Unidos vengan apagar el fuego que comenzó.
Todavía faltan mayores tributos de sangre y golpes obscenos debajo de la mesa para pavimentar la senda de los relevos estatales.
El parecido con Colombia, en los años ochenta, es recurrente. Las balas vuelan parejo, desde el anónimo de a pie hasta los candidotes partidistas. Como una caricatura infernal, la democracia de la eliminación avanza presurosa a convertirse en la vía de legitimación de cualquiera.
Sin embargo, Calderón habla, habla y habla sobre la guerra contra el narcotráfico, y que conste que esta vez fue sangre blanquiazul la derramada, qué podemos esperar la tenemos de otros colores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario