La “renuncia por motivos de salud” de Juanito, el último clown con éxito de la izquierda nacional después de Andrés Manuel, ha dado para llenar los espacios informativos y de análisis como si fuera un evento parte aguas de la descomposición política de México, como si no se tratara de maniobra circense.
Honestamente, los Dodos no comprendemos el mitote por un caso condenado al fracaso desde el principio. “Juanito”, como personaje, daba notas de color y hasta cierto punto era el rostro a la chunga de la lucha del poder partidista e institucional, por no mencionar, la representatividad promedio del funcionamiento mental de los grillos de medio pelo. Pero de eso, a tomárselo en serio. Vamos.
“Juanito” fue por una temporada de la reencarnación de “Cantinflas” en el papel de “Si yo fuera diputado” y del “Púas” Olivares en los sketchs pasados de rosca de la pulquería. No daba para más. Producto genuino del bronco pueblo e hijo distinguido de Iztapalapa, “Juanito” transitó del humilde origen a patiño condecorado y, luego, a estrella del gran cartel de las extintas carpas. Los medios hicieron el resto, elevándolo a la diestra de Carmelita Salinas, los conductores huecos de la barra matutina de programas de entretenimiento y de algunos comentaristas de noticias. “Juanito” fue una luz fugaz entretenida.
Cumplido el ciclo, la fuerza de un partido lo metió a la maleta, le garantizó prebendas y a otra cosa mariposa. El orden regresó a las filas y al humor se lo llevó el carajo.
“Juanito” no iba a cambiar el mundo pero por unas semanas entretuvo a la grilla nacional y desternilló de risa a los ciudadanos con declaraciones cargadas o de una inocencia monumental o de un humor agudo incomprensible aun para la solemnidad republicana.
“Juanito” es pueblo y, en esa condición, su éxito es tan válido como los del "Buki", “Temerarios”, “Rigo” o el guarro de moda. Nos muestra al natural el hábitat cotidiano y es un sueño de superación tipo Mariano. Cualquier vendedor ambulante puede ser el próximo “Juanito”, sólo se necesita un manager experimentado en desfiguros y un organismo dispuesto a mancharse de barro.
Iztapalapa no será la misma sin “Juanito” y “Juanito” no será el mismo después de haber sido usado en una guerra incomprensible para la mentalidad simple de los votantes identificados con su infantil interpretación del mundo.
La farsa no tuvo un final feliz y regresaremos a las estatuas patricias y las formas anticuadas de la institucionalidad. Volveremos a al viejo melodrama y la cantaleta aburrida de los analistas fúnebres. Se acabó el despiporre. Ahora a hartarnos de declaraciones imbéciles y la tediosa rutina.
Hasta Alex Lora va a resentir la partida, después de haber descompuesto un clásico del rock and roll, para hacerle una especie de corrido descuadrado a “Juanito”, como una muestra del oportunismo indirecto vinculado a esta casi marca registrada de audiencia.
La temporada de “Juanito” dio pie al humorismo involuntario de todos los notables dispuestos a colgarse de la parodia y regalarle un encumbramiento pocas veces visto en las somníferas palabras elegantes de los eruditos.
Para los Dodos, “Juanito” merece una despedida con espanta suegras, cornetas de cartón, confeti y un desfile de payasos, donde el homenajeado se ha ganado un sitial de altura. “Viva Juanito” y pase el siguiente...
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