El domingo 18 de diciembre de 2011, los últimos soldados estadounidenses se retiraron de Irak.
Unos 4.500 soldados estadounidenses murieron antes de que los últimos efectivos cruzaran la frontera de Kuwait.
La mayoría de los muertos eran jóvenes. Según un análisis de The Associated Press de los datos sobre las bajas, la edad promedio de los estadounidenses muertos en Irak fue de 26 años. Unos 1.300 tenían 22 años o menos, pero también hubo muertos de mediana edad: unos 511 superaban los 35 años.
El dolor está fresco para la gente que perdiera recientemente a un soldado, pero el paso de los años no ha aliviado la angustia de quienes perdieron a seres queridos en los primeros días de la guerra, antes de que la nación se insensibilizara sobre la acumulación de cifras.
Jonathan Lee Gifford, hijo de Vicky Langley, murió apenas dos días después de la invasión. Más de ocho años después vive en su hogar de Decatur, Illinois, rodeada de fotos de su hijo y un par de pinturas del joven en uniforme que le enviaron desconocidos.
Recuerda que ya de adulto la llamaba sin falta cuando caía la primera nevada del año y jamás olvidará cuando llamaron a su puerta a las 11 de la noche y el capellán le informó que su hijo de 30 años había muerto en Irak.
Hoy lo ve reflejado en la nieta que quedó huérfana a los 4 años y que ahora tiene 12. Los rasgos de Lexie Gifford son la versión en miniatura de su padre.
David Hickman, de 23 años, de Greensboro, fue la última baja de guerra, muerto en noviembre por una bomba improvisada, el arma que fue característica de esta invasión.
Fanático del fisicoculturismo, se autotitulaba jocosamente "Zeus" porque decía tener un cuerpo que habría causado la envidia de los dioses. También había jugado al fútbol americano en la secundaria.
Gifford y Hickman son historias de referencia. Como pueden ser los otros 4,498 fallecimientos. Estadísticas de la muerte. Información para los libros.
Sin embargo, queda el consuelo que eran profesionales de la muerte, que sabían del riesgo y eligieron.
Por supuesto que falta la otra cara de la moneda, la de los iraquíes, que se defendieron como pudieron para salir de una ocupación y meterse en otra.
En México tenemos otras defunciones; otras bajas de una guerra que ocurre en tiempos de paz.
Al igual que George W. Bush, Felipe Calderón, responsable directo de este baño de sangre, no admite críticas o desacuerdos. Como aquel ex alcohólico renacido, Calderón negará su responsabilidad con la Historia. El cumplió con su deber, idéntico a Bush, aunque estuviera sustentado en mentiras e intereses poco claros.
Los ciudadanos involucrados en Estados Unidos, Irak y México se hacen la misma pregunta: ¿vale la pena tanto derramamiento de sangre?.
Celebremos la Nochebuena recordando a los muertos triturados por las maquinaciones del poder.
Así Sea.
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