Sin mayor mérito que ser el delfín de Felipe Calderón para sucederle en su trono imaginario, Ernesto Cordero Arroyo fue designado nuevo Secretario de Hacienda sin ser absolutamente NADIE en la comunidad financiera internacional o en el hermético club del dinero mexicano. Pero así lo quiso Felipe y ahora a temblar porque si con la “celebridad” de Agustín Carstens Carstens, al país y a los contribuyentes nos cargo la celestial Chingada, con el advenedizo, rodeado de las preferencias ejecutivas, y su cuantificable falta de experiencia para el cargo, el destino se pone renegrido.
El mexicano mejor alimentado del país fue metido a la evaluación política para ser el gobernador del Banco de México, sustituyendo a Guillermo Ortiz Martínez que, curiosamente, mantuvo una estabilidad férrea de nuestra moneda y una gestión en términos generales congruente con la recesión económica actual. No obstante, Calderón desea romperle la crisma a la Nación, poniendo en su lugar al responsable directo de las tragedias económicas tributarias para que culmine la destrucción iniciada en la Secretaría de Hacienda, aun sin que entren en vigor el regalo mortal dejado a los ciudadanos para el primer minuto de 2010.
Fijos en la servidumbre, los Senadores y Diputados de Acción Nacional que manifestaban un desacuerdo por el movimiento de piezas en el gabinete, metieron la cola y pusieron las mejillas ensangrentadas por tantas bofetadas recibidas por la Oposición y los Ciudadanos, a cuenta de la eficiencia intelectual del Primer Mandatario.
El Partido Revolucionario Institucional afila las garras para sacarle al Reyezuelo Calderón otra porción de poder al descrédito fomentado por estas maniobras burocráticas.
Transformar a la Secretaría de Hacienda en trampolín para la unción presidencial, sólo fue posible en los años del Ejecutivo Centralista del siglo XX; en el remedo de presidencia que sostiene Calderón, lejos de facilitar el entendimiento de las fuerzas productivas, terminará por derrumbar los pocos pilares de estabilidad de financiamiento que le quedan al gobierno. Por mucho que traiga la bendición de Calderón, Ernesto Cordero será el tiro al blanco de los suspirantes a la grande de todas las tendencias, incluido, el doble juego del panismo ortodoxo.
Compensar al artífice de la anulación de salidas concretas a la recesión mundial con el mando de la Banca Central es cerrar el círculo vicioso de la equivocación. Carstens, paradójicamente, resulto tener muy poco volumen para el cargo de Secretario de Estado y, ahora, lo ponen en las llaves del sistema monetario en un acto de honda filiación de amistad y lealtad a Calderón.
Estamos en un sexenio de carnales, no de servidores públicos. El único requisito para cualquier responsabilidad estatal es ser “sangre” de Felipe Calderón. Él se encarga de lo demás. Aunque sea mal, pero los carnales son ley a los ojos del presidente mínimo.
Así quién no duerme tranquilo, teniendo a los carnales espantándoles los mosquitos. Eso es autoridad, sagacidad y visión de estadista. El nepotismo califica como opción para gobernar. ¿No oyen ladrar a los perros?.
Al parecer la farsa política, cómica, musical de “Juanito” terminó con la salida del personaje por la puerta de atrás de la Delegación Iztapalapa. Con argumentos de fuerza real, Marcelo Ebrard lo renunció, y cual “chacha” enfurecida por falta de pago y aguinaldo, Johnny Boy tomó las de Villadiego. Sólo una pregunta flota en el ambiente ¿ para qué sirvió tanto sainete de encumbrar un payaso en representación de otros menos pintorescos?.
¿Faltaban osos? Ahí está el protagonizado por la Secretaría de Relaciones Exteriores y el gobierno de Honduras para concretar el asilo de Manuel Zelaya, pues, resultó que con avión a la espera, la casta en el poder negó la salida del presidente depuesto; no fuera siendo una artimaña para que el chavista siguiera jorobando a su gente. De ese tamaño es la confianza diplomática que le guardan a México, pero eso no impide que ande de ofrecido y que le pinten un violín. Guaca, guaca.
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