Por.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
Pocas veces un premio que reconoce la trayectoria intelectual de alguien me deja satisfecho; es más, honestamente no me fío de ellos. Sostengo que los logros del talento se mantienen solos y lo demás es artificio. Por eso, saber que Don Emilio Pacheco ganó el Premio Cervantes, máximo galardón de las letras hispanas, me resulta indiscutible, no por la distinción, sino por el hombre.
El propósito del Premio Cervantes es reconocer anualmente la obra, que no la fama, de un escritor que enriquezca el legado de las letras hispánicas, con un bono de 188 mil dólares y la aclamación cultural de Iberoamérica. El Cervantes, como se le conocen coloquialmente, nació en 1975 y ha honrado a 18 escritores españoles y 16 de nuestro continente. Por México lo han ganado Octavio Paz, Carlos Fuentes y Sergio Pitol; y sólo dos mujeres, la española María Zambrano, y la cubana, Dulce María Loynaz, lo han alcanzado.
Don José Emilio Pacheco recogió, el 17 de noviembre pasado de manos de la Reina de España, el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, y en México, 2009 es considerado el año del homenaje permanente a su vida y biblioteca.
Don José Emilio Pacheco guarda un increíble parecido con los intelectuales decimonónicos, a los que ha divulgado en el presente. Escritor de tiempo completo, su pluma acude a todos los géneros literarios y los no menos periodísticos. Es novelista atrevido, poeta original, investigador laborioso, conferencista acertado, crítico severo y editor experto. Conocedor de las formas las reduce a la comprensión de todos y es punto de encuentro para diversas generaciones.
Ajeno a las relaciones públicas o al jet set internacional, al estilo de Carlos Fuentes, o a exprimir la intelectualidad funcional al Estado en el esquema de Octavio Paz, don José Emilio se fue por la libre y no permite la filtración del trabajo a los fines de promoción barata impuesta por los seudo pensadores de nuestro tiempo. Escribe porque esa es su forma de vivir.
En lo personal, los escritos de don José Emilio Pacheco nunca los he abandonado y me acompañan desde la adolescencia para ponerme los pies en la tierra al escuchar el canto de las sirenas. Es uno de los inmortales a los que me gustaría compararme.
En mi vida profesional, una vez tuve que contactar a doña Cristina Pacheco, su esposa, y don Enrique Loubet, amigo del matrimonio, me dio el número telefónico particular para cumplir con la orden. Sabiendo que a don Emilio, las entrevistas no le gustan, pensé que me sería más fácil convencer a doña Cristina de un encuentro periodístico.
Teniendo a Marcia Trejo como testigo, desde mi casa, campechanamente, marqué el número y una voz me contestó. Me quede literalmente hecho un pendejo. En el otro lado de la línea, Don José Emilio Pacheco me preguntaba qué quería y yo no pude articular un pensamiento coherente. Balbuceé, me trabé y me puse rojo (según lo consta Marcia). De ese calibre fue el impacto de tener la cercanía de don Emilio. Colgué el auricular y tardé varios minutos para recomponerme y es una de las pocas veces que me he sentido de esa manera; tal es mi admiración.
Ni siquiera al platicar con Carlos Fuentes, que me pareció muy pegado al personaje, o con Octavio Paz, que me produjo un escepticismo mayúsculo, tuve una reacción digna de mencionar.
Al fundarse este blog, algunos DODOS que fueron arribando me platicaron de las traducciones al DODO que existen de los libros de don Emilio y, por ende, se convirtió en un guía espiritual de los plumíferos y un servidor.
Por eso, el hoy Premio Cervantes es, para quienes amamos a don Emilio, una especie de Navidad adelantada. Los aleteos alegres y los aplausos atronadores llenan la redacción, rogando a la Gran DODO Creador que nos guarde por muchas décadas más a este mexicano excepcional que tanto le ha dado a la humanidad a través de su cerebro privilegiado.
Por estas noticias, vale la pena seguir escribiendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario