Por.- LA REDACCIÓN
Nada fuera de lo normal ocurrió en las elecciones presidenciales convocadas por el gobierno golpista de Roberto Micheletti en Honduras.
Manuel Zelaya, el presidente depuesto por un golpe de estado, refugiado en la embajada de Brasil en Tegucigalpa, contempló cómo, a pesar de los sainetes de los últimos meses para regresar al poder, la voluntad de sus adversarios políticos y las alianzas fuertes con el mundo que se dejaron sentir inclinando la balanza a favor de Porfirio Lobo, candidato del Partido Nacional, plenamente identificado con la Derecha, a pesar de un pasado peculiar de Izquierda.
Alegando fraude, intimidación y demás recursos desesperados, Zelaya vio cómo el sueño de un regreso místico a la presidencia se esfumó, a pesar de los acuerdos secretos con Lula da Silva, su mecenas brasileño, y Hugo Chávez, el alcahuete de la insurrección populachera.
Tan pronto como los resultados establecieron una clara tendencia de victoria hacia Lobo, el político llamó a la creación de un gobierno de unidad con el beneplácito de los Estados Unidos, Canadá, Costa Rica, Perú, Japón, Italia, Alemania y otros países que se irán sumado al respaldo democrático en Honduras.
Por razones casi naturales, Brasil y Venezuela negaron el resultado electoral, argumentando faltas graves al proceso y repitiendo la petición de Manuel Zelaya para anular la elección.
La Organización de Estados Americanos ha retrasado cualquier declaración y espera una mayor claridad para pronunciarse.
La Unión Europea también se tomará su tiempo. No corre prisa. España, simplemente, no reconoce, pero no ignora las elecciones.
México mantiene una postura ambivalente entre el regreso del orden constitucional y el rechazo a la voluntad emanada por una mayoría golpista.
En el corto plazo, el orden establecido por los golpistas, base del presidente electo Porfirio Lobo ocupa todos los puntos de decisión de la nación y es muy difícil que los Zelayistas reviertan las posiciones perdidas, a menos que opten por la ilegalidad y acepten el financiamiento externo para salvar violentamente a la patria.
Con lo expuesto, simplemente se demuestra que Honduras es un país pequeño, donde el extranjero ha encontrado un laboratorio para probar formas de expansión, dentro de modelos arbitrarios e injustos que ponen a la población en el centro de la violencia.
Es una pena, pero Centro América aún no puede desligarse de un pasado dependiente de los otros, nunca de lo que verdaderamente necesita.
Un revés seco a Chávez y da Silva, que se asumen los nuevos señores de sus imaginarias colonias.
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