Por.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
Desde tiempos inmemoriales, los DODOS han practicado una costumbre peculiar para preservar la felicidad que les caracteriza.
Todo DODO tiene, entre sus pertenencias, un coco que lleva a todas partes. En ese coco, seco por supuesto, coloca escrita en hojas de palmera una lista de las cosas, los acontecimientos y los seres que los han hecho felices. El coco, llamado simplemente FELICIDAD, contiene además de los pedazos de hojas de palmeras, fotografías, envolturas de dulces, boletos viejos de cine y una inmensa cantidad de chácharas, perfectamente ordenadas que -con el paso del tiempo- van cambiando el tamaño del coco, a veces lo agigantan, a veces lo reducen.
Al DODO SABIO le pregunté cuál era el propósito de esta costumbre. Con la venerabilidad que alcanzan los DODOS de edades avanzadas, me contestó que se trataba de una forma que los DODOS encontraron para prolongar la felicidad a través de perpetuarla en formas tangibles, para que bastara -en los momentos de tristeza- sacar del coco aquellos evidencias alegres y recordarlas hasta lograr el equilibrio emocional que los DODOS necesitan para vivir.
Cuando los DODOS dejan este mundo, el coco es puesto en la eternidad para que la felicidad nunca lo deje de acompañar.
Intrigado, me puse a pensar qué pondría en mi coco.
Por supuesto, las pocas fotografías que tengo con mi madre, mi abuela Celia y mi abuela Casimira; otras placas de mi amigo Enrique Trejo; una memoria usb con las imágenes de Silvia Trujillo, Alejandro Hernández, Jorge Souza,Cristian Viveros,Alejandra Castellanos, Double D y “Africa”, unas tomas de Edgar Serrano y José Salvador Orozco; los álbumes de recuerdos con Marcia; cientos de anécdotas escritas con diferentes alumnos y alumnas de todas las universidades donde he dado clases; una pluma pequeña de un DODO; los mensajes telefónicos con la voz de quienes se han ido; una copia del cd de Navidad favorito de doña Marcia Silva; unas instantáneas de Doña Berta, la Chata; las cartas apasionadas de mi primera novia, el primer poema que escribí, la primera canción que hice; el primer artículo que publiqué con mi nombre; las postales de los viajes realizados y los boletos de los mejores conciertos musicales a los que asistí; mi primer libro; el primer beso robado, un mechón de cabello de la mujer con que pase la primera noche; las huellas de todos mis perros; un poco de tierra del jardín de Cursos, un tabique del Colegio Carnegie original; un peluche viejo en forma de patita; un pétalo de la primera rosa que regalé; el Cristo de oro que mi mamá me puso para hacerme entrar en razón; un peso del primer salario que gané con el sudor de la frente; la llave de mi casa familiar; los jóvenes que fuimos, los hombres que somos y los ancianos que se irán despidiendo; las cubiertas de los libros que escribí; el vaso de la primera vez que junto a mi Carnal Serrano nos dimos cuenta que, a pesar de las desgracias, podíamos contar el uno con el otro, y tantos otros souvenirs que necesitaría cientos de cocos para que cupieran.
El DODO SABIO simplemente meneó el pico y dijo: “No es esencial hacer toda esa mudanza de recuerdos. Simplemente recurre a la memoria y a la imaginación para llevarte a esos momentos de dicha y comparar con lo que estás viviendo. Algún día cuando nuestra misión esté terminada y los DODOS vuelen, te quedarás con lo ocurrido entre nosotros y tú, y nosotros, a nuestra vez, recordaremos al ogro que nos abrió su casa y nos dio un espacio tecnológico para difundir la forma en que vemos el mundo”.
En un segundo el DODO SABIO extrajo un coco de regular tamaño y me lo mostró; al abrirlo cientos de risas DODOS llenaron la habitación y me puse a llorar...
1 comentario:
Es un post simplemente hermoso... felicidades profesor
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