Por. Raúl Gómez Miguel
Las conferencias de prensa diarias de los altos funcionarios involucrados en el control y las derivadas de la influenza porcina sumadas a la poca pericia de algunos reporteros han convertido la supuesta transparencia de los datos en un nudo de confrontación y de a ver qué entiende cada medio para difundir.
En situaciones de riesgo extremas, dicta la praxis política, el liderazgo es un elemento sustancial en la confianza de la gente. En México, a no ser de esporádicas apariciones públicas y declaraciones casi insultantes por su obviedad, el Presidente de la República se ha achicado y ha dejado en otro la dirigencia moral que como titular del Poder Ejecutivo le corresponde. No sabemos si esa distancia obedece a los dictados de la seguridad nacional o al temor de que el electorado medite el papelón que ha venido haciendo Acción Nacional en la conducción del país.
Los mexicanos como lo hemos venido haciendo desde hace décadas nos hemos desentendido de los políticos y tratamos de resolver como Dios nos dé a entender el día a día de la emergencia. Rodeados de conspiradores, agoreros del Apocalipsis, optimistas de novena, chismosos pro activos, los ciudadanos de a pie capoteamos la tragedia con una mano en el santo y con otra en el chamuco, rogando no ser una estadística siniestra.
Los empresarios y los señores del dinero abandonaron el rostro de la solidaridad humana para recuperar el comportamiento avaro y ambicioso de todos los días. Gritan, acusan y amedrentan con despidos y fugas de capital si no se les permiten las ventajas habituales para hacer negocios. El capital humano como siempre es sacrificable.
Las conjeturas y las dudas que producen tendrán que ser respondidas y habrá que deslindar responsabilidades, al margen de la incapacidad de la Secretaría de Salud a reaccionar rápido, precisamente por haberse convertido en un dinosaurio pesado y torpe en una era que necesita velocidad y eficiencia en el control de las nuevas enfermedades que nacen de la globalización.
La debilidad tecnológica de la salud pública no es admisible en una nación que gasta horrores en rubros que no han servido para nada que no sea vergüenza como los subsidios a partidos políticos, los sueldazos de burócratas, construcción de elefantes blancos, corruptelas y demás lacras que devoran el presupuesto y cuyos estragos se están viviendo.
Ya empezamos a escuchar el discursito mediocre de que la influenza porcina nos va a enseñar qué hacer en el futuro, que reduciremos las debilidades, que aumentará la cultura sanitaria, que no volverá a pasar. Exactamente las mismas palabras huecas de 1984, San Juanico, 1985, los terremotos, y cada año que se ha padecido algún desastre natural o propiciado por el hombre que nos haya puesto en el agujero. Por palabras, las élites no se la juegan.
Si hay una lección es la que aprendemos diario: las autoridades son discutibles y sus facultades operan en una burbuja a lo que no pertenecemos. Los ciudadanos nos lanzamos a la calle a sabiendas que nos las veremos solos y que de no ser para jorobar, los funcionarios públicos son una cobertura de apariencias.
Dudo que algún día sepamos bien a bien qué fue lo que sucedió con la influenza porcina, sin embargo, vaya un silencio de furia por las vidas que se pudieron salvar de haber actuado a tiempo y un grito de rencor por quienes a sabiendas de lo que estaba sucediendo obedecieron las ordenes de la inconciencia nacional.
El servilismo político triunfó otra vez.
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