Por: Raúl Gómez Miguel
Amanecimos. A pesar del fomento a la histeria y a la superstición, la población del Distrito Federal, haciendo gala de su espíritu fatalista o suicida, desarrolló sus actividades laborales con normalidad, salvo las escuelas y ciertas dependencias públicas donde dejaron salir temprano a los burócratas.
Los que sí se despacharon con la cuchara grande fueron los noticieros y los diarios que escurrían sensacionalismo de séptima y creían estar cubriendo la exclusiva del fin de los tiempos. Acostumbrados a escuchar los delirios esquizofrénicos de las televisoras privadas, hemos de reconocer que por instantes se volaron la barda con dichos y desdichos extraídos de la peor novela de ciencia-ficción.
Las comadres y las señoras ociosas no tardaron en trenzar una línea de rumores catastróficos que iban desde el día de los muertos vivientes hasta las teorías de conspiración más elaboradas que las diseñadas por los ideólogos de los partidos políticos que, para variar, pusieron tierra de por medio y estuvieron calladitos, no vaya siendo la de buenas para el pueblo de poderse deshacer de dos que tres elementos indeseables.
En una ingenuidad propia de la inocencia o de la estupidez, los adolescentes y los adultos jóvenes creyeron que los cubrebocas eran escudos impenetrables para la transmisión de la enfermedad y con singular alegría disfrutaron las ventajas del momento hasta que las autoridades decidieron cancelar actos y espectáculos multitudinarios, decisión que generó frustración, pero acabó en la habitual francachela de viernes.
Las clases sociales se impusieron y mientras en el sector salud no se daba abasto con la exagerada demanda de pacientes aterrados que se hacían tocando las arpas celestes, en los nosocomios privados la gente de bien, esa que sí interesa, se hacía sus chequeos en completa tranquilidad.
Aquí, en la redacción de los DODOS, ni buscamos vacunas, trajes especiales o esparadrapos simplemente porque no nos quedan, somos pequeños, tenemos picos y capaz que terminamos -por buscar ayuda del gobierno- detrás de las rejas de un zoológico o disecados en un museo. Así que nos hicimos fuertes y cubrimos las obligaciones de siempre.
El asunto de la influenza todavía no termina, falta ver los efectos en un par de semanas cuando ocurra el pico de contagio para evaluar la magnitud real del problema y el alcance de nuestras soluciones.
En la danza de las últimas horas, las Secretarías de Estado y la Presidencia se han percatado que tienen un límite de respuesta a la crisis, si ese es rebasado, entonces la situación no va a ser tan sencilla de resolver.
Por debajo del agua, el montaje por agitar el panal de la opinión pública emite un tufo electoral apenas disfrazado y se le está apostando reducir la preferencia del voto perdido de Acción Nacional dibujando a Súper Calderón, el panista que nos salvó del holocausto. Desgraciadamente una epidemia no entiende de política o seguimiento de conductas y ahí está el riesgo: en que como en 1985, la tragedia supere los esfuerzos y caigamos en la cuenta que no estamos preparados para EPIDEMIA con mayúsculas.
El fin de semana da una tregua en la ansiedad popular, veamos qué ocurre el lunes de persistir el estado de emergencia. Y por favor seudo comunicadores sociales calmen sus impulsos comerciales y piensen que una turba asustada es capaz de todo, aun de pasar por sus cadáveres. Ojo con lo que exteriorizan y resaltan.
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