Malditas prisas. Quetzalcóatl, después de pasearse unas horas por la gran Tenochtitlán y deleitar a la audiencia emplumada con verbos de amistad y luego les cumplo, se fue en el ave de trueno que lo trajo, no sin antes insistir en el coraje y la valentía de nuestro Huey Tlatoani demostrado en contra de las fuerzas oscuras de Huitzilopochtli que andan cimbrando el reino con descuartizados y polvos mágicos que roban el alma. Más que dios, la popularidad le siguió como un jugador de pelota destacado o un guerrero invencible, los jóvenes querían tocarlo y los guardias trabajaron para que no lo consiguieran. Una cosa es la educación y otra el jaloneo. La nobleza no está muy convencida, pero ni tiempo queda para las críticas porque vienen los cambios de asambleas y habrá que luchar por estar sentado cerca del elegido, que todo lo da o todo lo quita. Bye Quetzalcóatl.
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