Por: Raúl Gómez Miguel
Comienza lo duro. Con filiación completa el virus de influenza porcina que ataca el país se va extendiendo a varios estados y, por ende, es previsible el incremento de muertes y de enfermos.
Las autoridades sanitarias, en lo que cabe, han tratado de mantener el control y transmitir a la población un optimismo que raya en el buen deseo y no en la cruel realidad.
Por fortuna, el fin de semana, ha distraído a los ciudadanos del circo mediático que alarmará innecesariamente a partir de las primeras horas de mañana, cuando le gente decida el regreso al trabajo.
La suspensión de clases y el previsible alargamiento de estas vacaciones obligadas es un punto atinado de prevención, aunque habrá que calcular el costo general que tendrá para todos esta contingencia.
Descansamos de los políticos que por filiación natural a la grilla y no a la acción, carecen de autoridad moral para emitir cualquier comentario porque en mucho han sido sus decisiones y la corrupción solapan las responsables de la vulnerabilidad en salud pública que padecemos. Se han gastado los millones en acuerdos y trinquetes, pero no en el equipamiento mínimo de los hospitales del sector que casi a bendiciones y limpias tratan a los enfermos.
El conocimiento de infectados en otros países agrega un sentir de vulnerabilidad amargo, que no limita la inventiva del comercio informal para aprovechar la oportunidad de negocio e irse por la oferta, la promoción de dos tapabocas por cinco pesos o la proliferación de “medicamentos” piratas.
No falta la picardía nacional al darle vuelta a la crisis y asociar el acontecimiento a las tramas de películas como “Exterminio” o “La noche de los muertos vivientes”.
La enfermedad cobrará la cuenta correspondiente, sin embargo, está en los ciudadanos que ésta no sea exagerada al respetar las medidas de prevención, mantener la calma y no pisar los terrenos peligrosos de la desesperación. Somos un pueblo que resiste y tenemos que demostrarlo.
La convocatoria es a que cada mexicano y mexicana desde su entorno inmediato sean concientes que el miedo es natural, pero que el pánico es una exageración voluntaria, y por lógica a mayor comprensión objetiva de los acontecimientos menor será el temor que generen. No se trata de posturas ideológicas, sino de elementales pautas de supervivencia. La cabeza fría asegura acciones correctas.
Se acercan jornadas pesadas por la evolución propia de la epidemia que sólo podrán sortearse mediante la comprensión del hecho y el manejo del stress. No caigamos en la locura y propaguemos leyendas urbanas que aceleran el pulso y aumentan la tensión.
Los mexicanos, por enésima ocasión, tendremos que demostrar de qué estamos hechos y admitir que el único camino es hacia delante.
Infórmese, recurra a los números telefónicos de emergencia, busque datos fidedignos y no caiga en los puntos obvios del chisme malsano.
Por cierto, la vida útil de un tapabocas es de tres horas, así que cámbielo frecuentemente y, por favor, no crea que es un escudo impenetrable para el virus.
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