Por: Raúl Gómez Miguel
La información y la contra información empiezan a hacer mella en el ánimo de los ciudadanos que bien a bien ignoran hasta dónde son ciertas las cifras oficiales de la epidemia de influenza porcina o hasta dónde se contienen la verdad para evitar una catástrofe mayor.
Cada cual tiene “su” versión de los hechos y la esparce en un esquema de teléfono descompuesto que origina desde toques de queda inexistentes, cuarentenas tipo película de desastre hasta funerales clandestinos.
Las conductas de la gente son impredecibles y van desde el cinismo de afirmar que todo es una tomadura de pelo para evadir “problemas” reales hasta la paranoia histérica de convertir la casa en búnker y no salir a costa de lo que sea.
Es claro que el Sector Salud se ha visto superado por la necesidad de una multitud que también está perdiendo piso. La influenza porcina y los derivados que pueda tener son manejables en un entorno seguro y en el tiempo pertinente. No obstante, para determinar su existencia en el organismo humano es indispensable hacer pruebas y tratamientos que requieren espacio, cierta estabilidad y calma. Lanzarse a los centros hospitalarios empujados por el miedo sólo entorpece las acciones urgentes que los enfermos comprobados demandan.
A medida que la enfermedad va cobrando vidas y se extiende en el país han surgido las inevitables huellas de la corrupción administrativa y, pese a los millones de pesos destinados a la Salud Pública, la maldita tranza ha hecho de las suyas sustrayendo equipos, accesorios y demás implementos insustituibles en el manejo de los pacientes, dejando al personal técnico en condiciones más que deplorables, pero no menos heroicas.
Al igual que en los terremotos de 1985, corresponde a la sociedad civil ponerse los pantalones y cumplir con su parte en el compromiso colectivo atendiendo las indicaciones de sentido común que se vayan generando. En tanto no se alcance el mínimo de datos correctos sobre el virus y sus ramificaciones, será difícil dibujar escenarios y, por ende, contestar tajantemente lo que los mexicanos deseen saber.
El país vive una situación de emergencia y sus habitantes deben estar a la altura, haciendo eficazmente lo que nos corresponde y no pensar con el egoísmo por delante, entiéndase políticos y empresarios que antes de solidarizarse con los desgraciados, evalúan las ganancias y las pérdidas de la operación.
Tampoco nos demos el lujo de esgrimir la valentona imbecilidad tricolor de que a quien le toca, le toca. Es cierto que la vida es individual, pero no faculta para exponer a terceros. Si alguien se siente todopoderoso está bien, sin embargo, que no exponga al resto de los “mortales” a sus secreciones y su indiferencia criminal.
Gracias a la tecnología hoy es posible acceder a datos de fuentes incuestionables cuya lectura ofrece una percepción distinta de lo que un boletín mal leído o un histrionismo fatal agrega a la frialdad con la que se deben tomar las decisiones.
Estamos en una emergencia, sí. Corremos riesgos, sí. La enfermedad es mortal, no, de atenderse a tiempo. La ciudad de México parará labores, difícilmente por la fase en que se encuentra la epidemia. ¿Tendremos peores circunstancias?, Dependerán de la conducta de la población y las autoridades correspondientes. NO HAGA CASO DE RUMORES NI REPITA NOVEDADES QUE NO LE CONSTEN. Haga su vida normal con las salvedades que vaya dictando la coyuntura y NO ALIMENTE EL MIEDO INNECESARIO.
El temblor de 5.7 escala de Richter, cuyo epicentro fue en el estado de Guerrero, que sacudió esta mañana la Ciudad de México y que se agrega a la tensión emocional por la que estamos atravesando es un fenómeno natural y normal considerando las características geográficas de la zona, NO LE DÉ LECTURAS ABSURDAS.
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