sábado, 8 de agosto de 2009

APUNTES: RUIDOSOS

POR: EL DODO MORGAN

Caminando por las calles repletas de vendedores ambulantes en cualquier barrio bravo de la capital, el porrazo auditivo está garantizado. A la primera va un santo fregadazo de música escandalosa, acompañado de una especie de gritos de orangután en brama diciendo “bara, bara”. Apenas repuesto del vértigo producido por el casi rompimiento de los tímpanos, emerge un nuevo martillazo metálico directo a las orejotas, seguido de “llévelo, llévelo”. Son LOS RUIDEROS, esos despiadados bucaneros dedicados a la venta de submúsica a través del aturdimiento y la sordera del prójimo.

Para ser RUIDERO se necesita un equipo de reproducción, la marca no es importante, sólo el aguante a la guerra diaria, unas cajotas monumentales repletas de bocinas, un amplificador potente y los accesorios correspondientes. Después viene el mal gusto, la mercancía de salida pronta por estar en la popularidad de las estaciones rascuaches y corrientes de amplitud y frecuencia modulada. Y luego a subir el volumen a todo, a quebrar los vidrios, cimbrar las casas y hacer aullar a los perros.

Si sólo fuera un comerciante especializado, no habría fijón. La bronca es el grueso de la manada compitiendo hasta donde se revienten las bocinas o les sangren los oídos. El ruido caótico mezclado es igualito al grabado, supuestamente, en la entrada del Averno. Melodía y ritmo se los lleva el carajo, sobreviviendo una escandalera imposible de quebrar. A todo pulmón podemos preguntar o comprar algo.

Lo extraño del asunto es la resistencia de los puesteros al estruendo de más de ocho horas machacantes y sin interrupciones seis días consecutivos, por uno de descanso. No sé si usen tapones especiales o su cerilla sea tan dura y se haya convertido en muro o sean sordos perdidos, el caso es el asombroso don de ganarse la vida por encima de la media de decibeles aceptada por el hombre.

No contentos, en sus diversiones personales incluyen las tocadas y el ambiente de los sonideros, parientes ricos del ruidero, especializados en agitar la selva y en poner a danzar a cualquier ser viviente en un rango de audio semejante al manejado en sus labores cotidianas.

De contar con un coche propio, el ruidero se las ingenia para ponerle un equipo musical a la altura de hacerlo casi moverse solo por los bajos o los graves del súper ecualizador de chorrocientas bandas y cientos de salidas, iluminadas individualmente por foquitos oscilantes. La pura sabrosura.

Uno de los riesgos del comprador pirata es probar el aguante de los sentidos ante la avalancha de estímulos monstruosos expulsados por los bafles mal hechos de los comercios y la bestial adicción a lo más guarro del repertorio mercantil en boga.

No falta el ruidero metido a DJ, difundiendo al mundo unas mezclas rudas y unos ejercicios de locución horripilantes, dando un producto desvergonzado corriendo de mano en mano. Estos entes son capaces de copiar mal hasta el silencio, eso sí, agregando un mandatorio anti piratería.

La recomendación de los expertos es simple: la próxima vez acuda a su tianguis favorito con los oídos protegidos, o bien, súbale a su reproductor mp3 o mp4 y a sus audífonos, eligiendo quedarse sordo por su voluntad y no por la ajena.

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