POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL
Si en México sólo hace falta morirse para convertirse en santo. O al menos esa es lección que nos deja el azote cursi de la grilla nacional en cuanto celebrar los ¿méritos? del ex presidente de la República, Miguel de la Madrid Hurtado.
Y es que la mera verdad, don Miguelito no fue precisamente un mandatario de altura, a lo mucho, una especie de gerente bancario común y corriente.
La dizque ceremonia republicana que, por cierto, no tenía precedente, pues al morir, ningún ex mandatario había recibido un homenaje de Estado en Palacio Nacional, y mucho menos de parte de un mandatario perteneciente a un partido distinto, transcurrió ante las miradas atentas del ex presidente Carlos Salinas de Gortari (a quien Calderón le dio un par de apretón de manos), del dirigente nacional del PRI, Pedro Joaquín Coldwell, de otros priistas viejos y nuevos; del presidente de la Suprema Corte de Justicia, Guillermo Ortiz Mayagoitia; del presidente del IFE, Leonardo Valdés, y de los representantes del Poder Legislativo (el perredista Guadalupe Acosta Naranjo por la Cámara de Diputados y la panista Adriana González Carrillo por el Senado).
Y ahí estaba Felipe Calderón, quien le ganó todas al muertito con respecto a ser el Ejecutivo más funesto del siglo XX y lo que va de este, diciendo que el moralista renovado “fue un hombre sereno y ecuánime, un hombre de familia que amaba profundamente a México”, tan así, decimos, que cuando pudo hacer algo por la Patria no levantó otra cosa que el ridículo y la trompetilla popular.
Pero los priistas aplaudían, como Emilio Gamboa Patrón, quien fue secretario particular de De la Madrid; como Jorge de la Vega Domínguez, ex presidente nacional del PRI en el sexenio de De la Madrid; como Bernardo Sepúlveda Amor, canciller con el ex mandatario fallecido; o los actuales gobernadores de Chihuahua y el Estado de México, César Duarte y Eruviel Ávila.
Y los funcionarios del gobierno federal también aplaudían: como el secretario de la Defensa, el general Guillermo Galván; el de Marina, Francisco Saynez; el de Gobernación, Alejandro Poiré, y el de Educación, José Ángel Córdova.
El acto, bastante deplorable, unía a los grillos mayores en aleluyas por el caído.
Sin que viniera el caso, Calderón destacó la profunda admiración del finado por José María Morelos, quien delineó al país de leyes e instituciones cuando la independencia, e hizo un repaso por su administración destacando las tragedias a las que tuvo que hacer frente especialmente el terremoto de 1985 en la Ciudad de México, el huracán Gilberto, la erupción del volcán Chichonal y la explosión de varias gaseras en San Juanico; todas desgracias que pusieron en entre dicho la habilidad burocrática para disminuir los estragos, dejando a la gente que se rascara como pudiera.
Ahí están las fuentes históricas a disposición de la consulta pública que constatan que De la Madrid gobernaba desde otro planeta.
El presidente también remarcó sus ¿aciertos políticos?. “Tuvo la visión de abandonar el modelo de sustitución de importaciones y convirtió a México a una economía abierta a los flujos globales”. Imaginamos que el ingreso emplumado al GATT, la puesta en órbita de los satélites Morelos 1 y 2, y la Copa del Mundo México 1986, fueron estampas trascendentes en seis años de nebulosidad permanente.
No importó que Miguel de la Madrid y la panda de siniestros del gabinete reinante amañaran una elección presidencial o que la sociedad civil retomara las calles ante la inutilidad de las instituciones, clamando que Dios se apiadara del país.
No pudo ser más cínico el apunte calderonista de “México le reconoce su entrega, su esfuerzo y dedicación en los momentos aciagos en los que le tocó dirigir a la República. Descanse en paz Miguel de la Madrid”.
Los que descansamos de él, fuimos los mexicanos al descubrirlo guardado en la dirección del Fondo de Cultura Económica, cumpliendo el voto de silencio implícito en la jubilación presidencial.
Al final de la ceremonia, Salinas de Gortari decía, ahí mismo, en el Patio de Honor: “Este homenaje honra al ex presidente De la Madrid, pero también al presidente Calderón.”
Y el bochorno fue mayúsculo, cuando después Calderón presidió una guardia de honor junto al ataúd del expresidente y le entregó una bandera a su viuda Paloma Cordero de la Madrid. Valiente ¿héroe de la Nación?.
La ceremonia, además de las palabras del Presidente y de Enrique de la Madrid, hijo del ex mandatario fallecido, quien habló elogiosamente de su padre como político y como hombre de familia, había sido breve, austera, pero emotiva: se cantó el Himno Nacional, las bandas del Colegio Militar y de la Marina hicieron sonar notas fúnebres, se guardó un minuto de silencio, y hubo una guardia de honor junto al féretro y al retrato del ex presidente. Una guardia realizada por sus hijos, el Presidente, y los representantes de los poderes Legislativo, Judicial y el IFE.
Confesamos que no nos alcanza la imaginación al suponer la manera en los grillos despedirán, si se muere alguna vez, al innombrable, ex presidente Carlos Salinas de Gortari, que sí fue un ultra probado bastardo, o Ernesto Zedillo, el destructor del PRI de entonces, pareciera que faltarían espacios y desfiguros para quedar bien con los maestros de la tenebrosidad que nos devora.
Esta bien que adoren a sus ídolos, pero que no nos los enjareten. Uno que culpa.
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