lunes, 12 de julio de 2010

FUCHO: POBRE FINAL

POR.- EL DODO PAMBOLERO

Digan lo que digan, la final del Mundial de Fútbol Sudáfrica 2010, como casi todos los juegos, dejó un sabor agridulce en los seguidores de las treinta selecciones que no pudieron o no quisieran llegar al gran momento y, por ende, España y Holanda, méritos aparte se vieron las caras, resintiendo la ausencia de los equipos grandes.

Superando los 760 millones de audiencia mediática de la Copa del Mundo anterior, Sudáfrica 2010 es otra joya en la corona de FIFA y en términos de espectáculos deportivos multitudinarios, lo no va más. Lo que suceda con Sudáfrica, el país, en adelante ya será problema de los nativos, que hay que decirlo, estuvieron a la altura del compromiso e hicieron un extra para que la justa del balompié internacional saliera airosa.

A este nivel, es absurdo profundizar en el poder financiero y político que la FIFA ostenta y fomenta, permitiéndose en países menores ser un estado dentro de otro. Ya quisieran otros importantes actores sociales alcanzar la cuota de exhibición que posee el organismo.

En promedio, Sudáfrica 2010 fue un certamen extraño, hasta un pinchurriento pulpo le hizo de oráculo, alelando a los, de por sí, hinchas del planeta. Fue un escaparate donde los jugadores líderes del orbe nada más estuvieron de nombre y algunas leyendas pasadas regresaron al olvido. Honestamente distó de ser la máxima fiesta del deporte de las patadas, precisamente porque, aunque hubo miles, existió una carencia de eficacia y goles. Por lo mismo, en una apreciación estrictamente futbolística, Sudáfrica estuvo de regular hacia abajo.

Los noventa minutos finales reglamentarios de España y Holanda no alcanzaron para definir un campeón y sí para exponer los escasos recursos de ambas escuadras en cuanto a proponer la coronación sin cuestionamientos. Lejos del “fair play”, los jugadores se empeñaron en cometer faltas y acumular amonestaciones, entorpeciendo el avance del juego y precipitando un empate mediocre. Las alabanzas expresadas por la crítica y el aficionado promedio se diluyeron en el eterno descuadre entre el “nombre” y la “eficiencia”.

El gol español en la recta final del ¡segundo! tiempo extra, dentro del clásico culto a la individualidad, resumió perfectamente la tónica de este Mundial rebosante de mercadotecnia y publicidad, y limitado en cuanto a la convocatoria de “elite” que no se cansó de repetir.

Por ello, digan lo que digan, Sudáfrica 2010 fue un “waka waka” en el estilo del oso Figaredo, de los Muppets, un mal chiste aplaudido por los neófitos, las porras circunstanciales y la falta de memoria.

Los mundiales del siglo XX aún guardan los mitos futbolísticos y esperaremos otros cuatro años para observar al guapo que inaugure el fútbol distintivo del tercer milenio.

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