jueves, 25 de febrero de 2010

ASUNTOS EXTRANJEROS: YA PÁRENLE A LA FIESTA

POR.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL

El problema no son los tratados, sino los gobiernos.

Metidos más en la fiesta, la chunga y el despiporre, los presidentes de los países iberoamericanos le dan vuelo a la hilacha en reuniones cumbres que son oportunidad de jaleo y momentos de vergüenza pública comparados con el protocolo diplomático del Primer Mundo. Imagínese, lector, a dos presidentes de las potencias mundiales a mentada limpia, cual pleito de cantina, resolviendo sus diferencias, o a otro de los líderes cantando las rancheras, para luego tomar la foto del conjunto como postal de enmascarados de lucha libre.

Los medios y los analistas escurrían lagrimitas de felicidad por el anuncio de un acuerdo económico entre Brasil y México, sin faltar el acelerado que comparó a las naciones como ¡Francia y Alemania!, el punto fue desmadejarse la melena y elevar loas a la sapiencia de los dos gobiernos precisamente por algo que a los mexicanos nos sobran: tratados.

En esa materia, México ha firmado tratados de libre comercio con Juan de las pitas, que a la fecha no han fructificado más allá del 5% real. ¿Por qué? Por la creencia y la práctica de los ciclos de la política mexicana. Cada sexenio, las reglas cambian y la continuidad de los acuerdos queda pendiente. El presidente en turno desea “su” acuerdo y manda al cajón de los trebejos la labor de sus antecesores. Es empezar de nuevo.

Por ende, mojar los pantalones a causa del acercamiento de Lula Da Silva y Felipe Calderón es creer en la noticia de portada de las revistas del espectáculo y no un avance cierto en las relaciones internacionales.

Firmar documentos al olvido es fácil. Se pone cara de circunstancia, se leen los discursos correspondientes, se le hace al Fantomas y nos vemos en la próxima. No tiene pierde, es propaganda pura.

En el exceso de la buena voluntad, tratar que el grupo de Río o cualquier otra asociación de países de la región imponga condiciones a los Estados Unidos y Canadá, las verdaderas economías fuertes del continente, es juntar a los cuates para jugar fútbol sin llevar balón. Cada nación posee nexos con los líderes y se tiene que arreglar con ellos. El argumento definitivo es directo: o se mueven en esa dirección o se acabaron las ayudas y el intercambio comercial.

En esto no tiene que ver el “imperialismo” y pretextos semejantes, sino la inocencia de las Repúblicas por orientar sus economías a socios sólidos e ignorar las posibilidades de crecimiento conjunto que, aunque tarde, podrían revertir esta dependencia.

Estados Unidos y Canadá primero desarrollaron sus recursos y después se lanzaron a la conquista de América. El resto hace lo contrario, sin resolver las prioridades de estabilidad política, económica y social, pretenden instaurar el nuevo orden de los marginados, excluyendo a los dos patrocinadores oficiales de sus avances.

Todavía creemos que en bola la conquista del paraíso es factible. En tanto los países de la América nuestra no se consoliden al interior, difícilmente podrán tender puentes de progreso hacia el exterior y materializar beneficios reales.

Por donde se vea, todos los caminos llevan al Norte, pero ni Estados Unidos y Canadá desean exponerse arriba de la seguridad que les es propia, dejando que los parientes pobres organicen fandangos y no los inviten. Saben que una debilidad compartida por esos familiares incómodos es la rapidez con la que olvidan y cambian de creencias, dependiendo del bando que llegue al poder, invariablemente palomeado por la Casa Blanca.

Just the way we are.

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