sábado, 4 de septiembre de 2010

EDITORIAL: DEHESA

El primero que estaría muerto de la risa ante las reacciones de Felipe Calderón, el Partido Acción Nacional, la Iglesia Católica y los cientos de entidades nefastas contra las que se pronunció, sería don Germán Dehesa.

La cuestión para este excepcional mexicano, precisamente por las virtudes que nunca distinguieron a los que hoy sueltan lágrimas de cocodrilo, es que don Germán era un tipazo, uno de esos pocos duendes a los que se ama por decir la verdad, por no tener pelos en la lengua y por haber labrado su trayectoria por el rumbo del humor fino, atinado y, paradójicamente, exquisitamente mexicano.

Con Dehesa me sucedió lo mismo que con la Loaeza, la empatía fue inmediata. Sus textos, lejos de las pretensiones museográficas de los intelectualoides presupuestados, no pretendían generar capillas, catedrales o bibliotecas, únicamente transmitían la vivencia de todos los días y, gradualmente, compartían la fe en lo imposible: el amor, la esperanza y esas cosas lindas que persiguen los canallas.
“Creo que no les he contado que estoy enfermo, seriamente enfermo. Tengo cáncer, pero hasta ahora la enfermedad no me ha producido ningún dolor insoportable. Trato de vivir sobre las puntitas de los pies, pues en mis delirios, imagino que si casi no hago ruido, la enfermedad no se va a percatar de mi presencia y me permita colarme a la vida que es a donde me gusta estar”.

Escribió don Germán Dehesa su columna “La Gaceta del Ángel” del pasado 25 de agosto en el periódico Reforma, donde era columnista. El jueves 2 de septiembre, pasadas las 18 horas, el escritor falleció en la Ciudad de México a los 66 años.

“No me estoy despidiendo. Yo espero que falte mucho como para que ocurra algo tan ingrato. Como en el teatro, esto es apenas la primera llamada, primera”.

El último día de su existencia, el tremendo charlista, no habló, y la pluma, simplemente, no respondió. Había superado el límite profético generacional que plantearon los Beatles en cuanto llegar a los 64 años.

El 21 de noviembre de 1990, “de las 16 a las 22.30 horas fui sometido en rumboso hospital de Tacubaya, a la multimencionada revascularización cardiaca. Hállome en la Unidad de Terapia Intensiva y aunque traigo un charrascazo de pescuezo a ombligo, mis signos vitales son óptimos”.

Veinte años después, ese corazón veterano dejó de latir. A unos cuantos días del Bicentenario, un mexicano distinguido, no por ser amigo del presidente o cualquier otra aberración similar, obliga a poner la bandera del alma a media asta.

De verdad, las instituciones pueden hacer misas y homenajes, pero Dehesa está por encima de las plañideras y la desfachatez de la mensada “inteligente” que mama del presupuesto.

Don Germán Dehesa se llevó, porque así lo quisimos, un pedazo de la querencia de su público y eso no hay modo de medirlo.

Hoy Los DODOS perdimos a uno de los patriarcas de nuestra especie, aunque nunca lo dijera.

Hoy lo siniestro avanzó en esta ciudad sin ángel.

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