sábado, 1 de noviembre de 2008

FARFADET: INSTANTES


(y no de Borges)

Por: Ana Laura Domínguez

Sólo duró un instante y apenas lo recuerdo. El humo que soltaba mi cigarro y que no dejaba ver más allá de la tenue luz que despedía la única vela que alumbraba mi lúgubre habitación, dejó de contaminar el lugar, quedando únicamente un desagradable olor a colilla, aunado al tufo concentrado en el atiborrado cenicero que sirvió de tumba abierta para albergar a más de 50 cigarrillos muertos.
Por momentos, el incesante cantar de los grillos me confundía y distraía mis vagos y retrógrados pensamientos con su tonta tonada arrítmica y tediosa.
Hacía unos minutos, un coqueto rayo de luna quiso deslizarse suavemente por la ventana. Por desgracia, y acompañando mis tristezas, una nube negra, ídem de mi conciencia, se posó frente a ella, impidiendo el paso de aquel destello luminoso, dejándome como siempre en tinieblas y en espera de algo bello.
Recuerdo que hace tiempo tuve un gato. Hace mucho no lo veo. No sé si murió de hambre y es eso lo que despedía el fétido olor a muerte añeja, mismo que envolvía mi cuarto y revolvía mis entrañas. Lo más seguro era que se hubiera marchado, y apenas hizo bien. Esto era ya un nido de ratas que iban y venían, parándose frente a mí; royendo cualquier cosa, inclusive mis piernas; burlándose de mi estado y usándome de vez en vez como “ratódromo” o subidero: señal innegable de que el felino había desaparecido.
La cobija de franela que me cubría las piernas y brindaba a la vez un poco de calor a mis destartalados huesos, era ya un harapo viejo, roído también por las ratas, deshilachado por el tiempo y llegando ya casi al suelo cubriendo parte de las patas de la mecedora, misma que se ha quedado estática, inmóvil; desde hace días que no escucho el rechinar de su vaivén.
Nunca he tenido buena memoria, pero ya no recuerdo cuándo fue la última vez que probé bocado. No importa ya, se me ha quitado el hambre, incluso no tengo sed. No me preocupa demasiado ya que dicen los expertos, que un ser humano puede permanecer sin alimento durante muchos días... lo que me preocupa son los líquidos, ya que ni entran ni salen y de eso, si se puede uno morir. Quisiera levantarme y prender otra vela, la que tengo está por expirar, pero mis piernas no responden. Quisiera estirarme y tomar un cigarro. La cajetilla está sobre la mesa de centro y sus inquilinos esperan pacientemente para ser fumados, pero mis brazos no reaccionan. Quisiera no estar como estoy, o lo mejor del caso serían no sentirme como me siento, porque desafortunadamente ya no siento nada, ni frío ni calor, ni hambre ni pesadez, ni dolor, ni alegría ni mucho menos tristeza, pero por más que hago, no puedo remediarlo. Todo el tiempo a cualquier hora, siento que no siento nada. Lo único que llego a sentir y eso de vez en cuando, es la presencia de alguien que no puedo ver. Es una sensación muy extraña, ya que no distingo ninguna sombra en la habitación, solamente la mía y la de mis compañeros roedores. Pero sé que está aquí, repito, no a diario ni todo el tiempo, pero viene de visita. Los días y las noches transcurren como siempre, lentos, taciturnos, sin cambio alguno. A lo lejos, se escucha uno que otro ruido, algunos conocidos como los ya mencionados grillos, otros más, incidentales provenientes de la calle, como el rechinar de los neumáticos de algún cafre, o el llanto de algún infante, todos acompañados por el bullicio cotidiano del ir y venir de los cientos de personas que transitan a diario por las calles cercanas a mi casa. Por lo menos puedo seguir escuchando todo aquello, lo más frustrante es que no pueda levantarme para mirar por la ventana y distraerme unos momentos como lo hacía antes, observando locuras varias de los habitantes de esta ciudad. En fin, ahora son ruidos y nada más. Y al interior del edificio, nada. Nadie llama más a mi puerta, solamente el repartidor de periódicos viene puntual a las 6 de la mañana, diario, sin falta. Los ejemplares se han ido amontonando en la entrada; simplemente los escucho deslizarse por la rendija de la puerta. Quisiera leerlos, pero además de la distancia que nos separa, mis ojos se sienten ya un poco secos y fijos. Lo peor de verlos tirados en el piso es pensar que sus notas deben estar repletas de cosas interesantes y yo no puedo enterarme de nada. El teléfono no ha sonado en días, y no es que sean muchas personas, familiares y amigos que me telefonearan a diario, pero sí de vez en vez recibía la llamada de alguien, aunque fuera sólo para cobrar viejas deudas. Hace mucho, mucho tiempo, que no tengo noticias del mundo exterior y de igual forma, nadie sabe nada de mí.
La vela ha expirado por fin. Ahora sólo queda una plasta de cera sin pabilo pegada a la mesa.
Un día más. Un rayo de sol ha podido entrar por la ventana. Mustio y tibio acaricia parte de mi cuerpo. Ya no siento ni siquiera el calor.
Por instantes siento un poco de comezón en algunas partes del cuerpo, es como si algo o alguien me comiera por dentro. Siento un suave deslizar al interior de mi vientre, en algunas ocasiones en las extremidades, tanto inferiores como superiores y no se diga en los oídos y los ojos. Pero luego se calma, no sé si me olvido de ello y por eso pasa, o son alucinaciones o simplemente los inquilinos diminutos sacian su apetito y duermen por ratos.
Alguna vez un buen amigo me dijo: - la noche es larga – y sólo me quedó pensar: ¿lo es? Larga es la espera y la incertidumbre. Largo el dolor y el desamor. ¡Cortas las horas, miserables los segundos... maldito reloj que sólo sabe marcar el paso del tiempo! Y tiempo es lo que no tengo. Tiempo aquel desgraciado que juega y se divierte conmigo. Tiempo aquel que no llegó. Tiempo que pasó. Tiempo... que no pasa. Además, creo que todo aquello del tiempo es una canción de Pablo Milanés, así que mi creatividad también se ha ido al carajo. Pero insisto, han pasado varios días y nadie ha venido a verme, nadie se ha dado cuenta de mi estado, nadie sabe que estoy sin estar, que vivo sin vivir. Ni siquiera yo me había dado cuenta de que morí hace ya unos cuantos meses... apenas hoy, después de un breve instante de lucidez, me acabo de enterar.


Instantes
(de Borges)
Si pudiera vivir nuevamente mi vida.
En la próxima, trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido,
de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico, correría más riesgos.
Haría más viajes, contemplaría más atardeceres,
subiría mas montañas, nadaría mas ríos.
Iría a más lugares donde nunca he ido,
comería mas helados y menos habas.
Tendría más problemas reales y menos imaginarios.
Yo fui una de esas personas que vivió sensata y prolíficamente
cada minuto de su vida.
Claro que tuve momentos de alegría, pero si pudiese volver atrás,
trataría de tener solamente buenos momentos.
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida, solo de momentos.
No te pierdas el ahora.
Yo era uno de esos que nunca iba a ninguna parte, sin un termómetro,
una bolsa de agua caliente, un paraguas y un paracaídas.
Si pudiese volver a vivir, viajaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir, comenzaría a andar descalzo a principios de la primavera
y seguirá así hasta concluir el otoño.
Daría mas vueltas en calesita, contemplaría más amaneceres y jugaría con niños.
Si tuviera otra vez la vida por delante.
Pero ya ven, tengo 85 años y sé que me estoy muriendo.

El poema incluido, si bien es muchas veces atribuido a J.L.B., en realidad no le corresponde, ni parcial, ni totalmente.

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