martes, 3 de agosto de 2010

A TÍTULO PERSONAL: ¿REVOLUCIÓN TECNOLÓGICA?

Por.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL

Es evidente que los avances tecnológicos superan la capacidad humana de comprenderlos cabalmente. Ocurren tan rápido que cuando estamos analizando sus implicaciones elementales, otra innovación impulsa a buscar respuestas en otra parte. No es posible, dentro de la carrera por la superioridad tecnológica, darse un tiempo para meditar qué hay al final de la línea.

Cuando las computadoras llegaron a nuestros empleos y nuestras casas, accedimos a poseerlas más por una imperiosa necesidad de pertenencia, que por un pleno conocimiento de las cualidades y las repercusiones que tendrían en las generaciones siguientes.

Hoy a pesar de que las computadoras son sofisticadas a niveles funcionales de ciencia-ficción, tres cuartas partes de los equipos están muy por debajo de su rendimiento real, simplemente porque los operarios apenas y comienzan a desentrañar la eficiencia de los aparatos; la ola siguiente de modelos, los barre, generando una sensación de avance lineal, pero no horizontal. Vamos adelante, desconociendo gran parte del territorio virgen en que nos hemos metido.

No se trata de estar a la moda en gadgets, sino reflexionar sobre los efectos que pueden tener en nuestra concepción del mundo, la realidad, incluso, de Dios.

El progreso tecnológico es sólo un apartado de la sociedad humana, no obstante, los ámbitos políticos, económicos, sociales y culturales no avanzan en proporción de la velocidad de un invento o una aplicación “high tech”.

Con la mano en la cintura discutimos la clonación, omitiendo el impacto impredecible que tendría la convivencia de originales y copias humanas.

Proponemos investigaciones en el cerebro del hombre para determinar si se trata de un mecanismo o, efectivamente, es el contenedor del alma.

Imaginamos un universo dentro de una matriz, la abstracción “pi” o la banda eterna de Moebius; y en las páginas de una revista nos acostumbramos a las ciencias quánticas, la antimateria o la nanotecnología sin parpadear. El neo Adán se une a su Creador con un chip.

Estamos caminando en un suelo minado. La ciencia y la tecnología dan respuestas a casi todo. Suponemos estar cerca de reinventar el Paraíso, y el asunto no es simple.

Meditemos que justo ahorita en alguna parte del planeta, pueblos se desangran mutuamente por la superioridad de algunas deidades, hombres y mujeres no se ponen de acuerdo en la equidad de género, el aborto, la diversidad sexual o la pena de muerte.

Cabemos en la realidad virtual, nos desenvolvemos bien, sin embargo, la circunstancia individual nos devuelve a la tribulación de sabernos prisioneros de nuestras propias invenciones. El entorno de trabajo es un juego de mamparas y una terminal, acomodadas en galerones repletos de semejantes sin contacto alguno.

Un apagón, una falla eléctrica, y la posmodernidad absoluta regresa a la era de las cavernas, al miedo primordial y la salida emergencia, pues, a diferencia de antaño, la revolución tecnológica nos ha mutilado la comunicación básica, los afectos, la compañía y ha embellecido la soledad individual al grado que voluntariamente nos entregamos a una pantalla tratando de ser felices.

Quizás la humanidad rebase el sistema solar y vaya a buscar a sus semejantes en el infinito, empero quién ha calculado el costo moral, ético, legal, de esas alas. Como Ícaro, la soberbia impide titubear, es indispensable ser los primeros.

Conocemos que tenemos la capacidad de explotar el planeta cien veces. ¿Para qué, si con una basta?

En los días que corren información es poder. Sí, información es poder. No obstante, es indispensable saber usarla y volverse responsable de su uso. No es únicamente traer a la criatura, hay que cuidarla y responsabilizarse de que no haga destrozos mayores. La fábula de Frankenstein es aleccionadora al respecto.

¿Cuántas empresas y familias conocemos que están a la vanguardia tecnológica y que se limitan a cumplir con métodos productivos de ascenso social anticuados por desconocimiento del poder que compran?

Lo mismo pasa con los países, primero el liderazgo y después las leyes para protegerse de aquél que estuvo en el aire en 1990, no el de 2010.

Desgraciadamente, toda revolución tecnológica tiene que propiciar una revolución intelectual, de lo contrario, la elite del conocimiento será cada vez más reducida.

Y discúlpenme porque debo de conectarme al olvido.

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