domingo, 31 de mayo de 2009

APUNTES: SANTO

LA LEYENDA DE UNA MÁSCARA
O
EL SANTO NUNCA PELEABA A PELO
Por.- Raúl Gómez Miguel


El Santo es el único superhéroe de carne y hueso que conoció el mundo y es netamente mexicano, hijo predilecto de Tulancingo, Hidalgo, para mayores señas. Ese simple hecho lo coloca en un lugar aparte en las mitologías mediáticas del mundo. El Santo era real como la barbacoa o los tacos de carnitas, por ende, decir del Enmascarado de plata es tocar una fibra muy especial de la idiosincrasia nacional, es una parte sustancial de la trinidad del nopal: la Virgencita de Guadalupe, Pedro Infante y el Santo, no hay más, ni “Cantinflas” o la “Doña”.

En el alma nacional el Santo es la neta; es el símbolo del heroísmo emplumado que se envuelve en la bandera y se avienta al precipicio gritando “¡Viva México!, cabrestos”. Es una especie de “Pípila” cubierto con una loza y partiéndose el físico para demostrarle a quien sea que los mexicanos somos aguantadores y que nos la pellizca la muerte aquí y dónde sea.

Por eso, para comprender al Santo es pertinente ser mexicano y asumir ese rostro cubierto por tela plateada como el símbolo de lo que podemos lograr, a distancias prudentes del Primer Mundo.

La cosmovisión del Santo es muy simple. Por un lado está Él y por el otro, la bola de ojeis de todos los universos probables que desean agandallar al prójimo tercermundista. La interacción es obvia, el Enmascarado de Plata a punta de llaves y contra llaves o a cachetadas limpias pone a raya a los maloras enfatizando una fábula retorcida de buen ejemplo, haz tu tarea, duérmete temprano y come frutas y verduras.

Desde su nacimiento moderno, porque su estirpe ha pasado de generación en generación, según las mafufadas de la cinematografía totonaca, desde el deceso del Caballero de Plata en 1603 durante el Virreinato, el Santo estuvo entregado a cuidar de la tierra y, en especial, de los mexicanos de cuanta invención maléfica cayera por estas latitudes. No es extraño, hablando en plata, que el Santo le pusiera todas las “Nelson”, “de a caballo”, “candados” y “martillos” a las huestes de la noche y dos que tres asesinos del cereal que se encontrará. Al igual que el adorable Leather Face, imaginario, el Santo madreaba y todo el público estaba de acuerdo.

Que las películas del Santo transpiraban casi el retraso mental y que sólo sirven para pitorrearnos de lo que somos, podría ser cierto si no existieran en la actualidad miles de mexicanos que asumimos al Santo con el fervor de un doce de diciembre pagano, porque el Enmascarado de plata, igualito que el inglés rey Arturo, duerme el sueño de los justos listo para despertar cuando la Patria lo demande. De no creerlo les recuerdo que el Santo está enterrado con la máscara puesta y un traje elegante para brincar de la tumba y someter a los malvados.

Por las cochinas dudas, el Santo se aseguró de dejar los asuntos de la seguridad nacional en orden y dispuso la transferencia de la máscara a su hijo, el actual Hijo de Santo, y hasta alcanzó para un Nieto del Santo que también le tupe al carambazo pero sin nociones especiales de mercadotecnia.

El Santo pertenece al pueblo verdadero, no a los inmigrantes de la colonia Condesa o a la clase media que pretende ser barrio sin pasar hambre, ni a los creativos "progre" de las agencias que descubren el mundo de la lucha libre por la moda de los baños de pueblo, y ya no toquemos a los intelectuales que montan exposiciones para volver camp lo kitsch. El Santito es patrimonio de los pobres, de los dejados de la mano de Dios que domingo a domingo llenaban los cuchitriles piojito de los pueblos o las crujientes "arenas" para constatar que no estaban solos y que el héroe alcanzaba para todos, más que el gobierno o la iglesia.

En la penumbra de los jacalones y en la pantalla de tela,o bajo los rayos candentes del sol, los espectadores asistían al ritual milenario de la lucha entre las fuerzas del bien y del mal, atestiguaban que por lo menos un mexicano no era agachón y se aventaba a ponerse el mundo en la espalda y sacarlo adelante sin mayores recursos que el cuerpo, la mente y la suerte que el nacido en esta tierra sabe que es imprescindible para vivir.

Y todo le hacemos al Santo, al enmascarado, cuando nos sale lo defensor de las causas perdidas, porque cada mexicano tiene un Santo en el fondo del alma, que no se dobla, que no se arruga y que le pela los dientes a la Muerte. De eso se trata el Santo, de vivir en un país imposible y salir adelante teniendo como recompensa un fondo musical de quinta y unos créditos hechos a mano, con peor ortografía, que digan que nuestra aventura vital ha terminado.

El Santo es el espejo de feria en que nos reflejamos a gusto y en una primitiva reducción psicoanalítica sus adversarios representan los miedos y las fobias elementales que aun en la imaginación popular del planeta es difícil encontrar con tanta obviedad. Las películas y las peleas del Santo y de los luchadores en general son estampas del subconsciente colectivo y un retablo en movimiento de los milagros que esperamos.

En nuestra mente limitada hasta Dios usa máscara y puede que se disfrace del Santo.

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