martes, 26 de mayo de 2009

APUNTES: MÁS DE NARCOCAMPAÑAS

Por: Raúl Gómez MIguel

La trinidad maligna que domina a la humanidad está integrada por el Poder, el Dinero y el Sexo.

De este punto de partida anotamos que la Política y el Crimen Organizado ofrecen exactamente las mismas tentaciones mundanas, aunque sea por caminos diferentes.

Al bajar la observación a México podemos conjeturar las siguientes posibilidades reales de asociación pragmática entre una fuerza legal y otra, ilegal.

Si la grilla nacional siempre ha sido un asunto de dinero y el narcotráfico también entonces por qué no es posible que varios puntos coincidan y se alíen.

Si el poder institucional es un asunto de familias, al igual que el tráfico de drogas, entonces por qué dudar que miembros destacados de estas dinastías se conozcan, traten y pacten.

Es curioso que a pesar de los escándalos políticos y criminales, la gente que pague sean hombres y mujeres de jerarquía sacrificable y no los más altos puestos de la pirámide de mando.

En tanto no se les compruebe nada, políticos y delincuentes son ciudadanos en pleno goce de sus derechos constitucionales lo que los faculta a cumplir deberes importantes como votar o postularse para puestos de representación popular.

Es evidente que la política y el crimen organizado son asuntos de relaciones públicas y respaldos institucionales así que es factible el intercambio de favores y de componendas según la necesidad y el interés comprometido.

El canalla se reconoce en otro canalla y a lo largo del territorio nacional se ha construido por décadas redes muy finas de conexión entre el ámbito público y el delictivo. Tratar de ignorar esto es jugar al idiota de la fiesta.

El poder en forma civil y militar, y el crimen en las modalidades que se gusten, son una trenza que puede cortarse por trozos, pero no completa.

Se insiste que el lavado de dinero es una actividad del crimen organizado, olvidando que los políticos poseen recursos de extraña procedencia que necesitan lavarse a fondo e, incluso, desaparecer.

Por tanto la forma que priva en el país tiene que satisfacer los objetivos de los grupos poderosos a perpetuidad, privilegiando el sostenimiento del estado de cosas antes que la disolución de las contradicciones sociales.

Los candidatos y los partidos políticos que los postulan tienen que sondear las posibilidades de aceptación, no del electorado de a pie, sino de los Grandes Electores, los señores del todo, puros o corruptos.

No se trata de dividir al país, sino de hacerlo propicio para continuar el crecimiento de la hegemonía, matizando, de tiempo en tiempo, una guerra florida en que se cumplen las formas, pero no la supremacía definitiva del bien o del mal, tal vez la de los grises permanentes.

Y estas elecciones no van a ser la diferencia.

No hay comentarios: