jueves, 7 de enero de 2010

MARASSA: ESPERANZA

ESPERANZA

Por.- RAÚL GÓMEZ MIGUEL

“A la niña nos la regalaron cuando cumplió el primer año de edad. Un día, así nomás, una vecina vino a decirle a mi mamá que una mujer del Centro andaba regalando a su bebé. Mi madre, como buena cristiana y buena hermana, pensó en mi tía Esther, que no podía tener hijos y que vivía a tres pueblos del municipio. Y ahí vamos, medio arregladas y bien apresuradas.

Yo estaba casada y tenía tres hijos. Mi marido no trabajaba y vivíamos de la caridad de mis padres o de algunos “negocitos” que le salían a Juventino. Sin embargo, trataba de que la familia fuera jalando.

Preguntando aquí y allá fuimos a parar en un hotelucho de mala pinta. Me dio miedo. Dos mujeres solas. El encargado nos dio un número y subimos por una escalera apestosa. Una muchachita nos abrió la puerta. Era flaca y medio feíta.

Despacito nos explicó que aunque quería, en el trabajo estaba mal visto andar cargando escuincles y atendiendo clientes. ¿Clientes?. Hasta esa palabra nos cayó el veinte de que la chamaca era una puta.

Al darse cuenta de nuestras caras de mensas, nos jaló a un rincón de la habitación. En una canastita dormía la bebé. Estaba bien chiquita. N’ombre, mi madre y yo sentimos un nudo en la panza. Luego, luego, mi mamá captó lo triste de la situación y la desgracia que amenazaba a esa criatura si alguien no la recogía.

Creo que la chamaca nos garabateó un papel en que aceptaba regalarnos por su voluntad a su hija.


No hubo lágrimas. La envolvió en una cobija y nos la dio. Se llama Esperanza, acabó.

Como mi papá se había ido a la cosecha del jitomate a California, mi madre arreglaba los asuntos urgentes de la casa y salía mucho. Por eso, mientras la tía Esther era avisada y decidía quedarse con la niña, yo me ofrecí a cuidarla.

Mis hijos, grandecitos y peleoneros, apenas y pelaron a la bebita. Juventino, después de mentar madres y amenazarme con golpes, acepto tenerla en nuestro cuarto, siempre y que mis papás contribuyeran a la alimentación. ¡Pinche cínico!

Me costó reacostumbrarme a los cuidados de una cría. La niña no daba lata, o dormía o veía detenidamente las cosas. Sólo lloraba para pedir de comer. Poco a poco engordó y sus rasgos se fueron definiendo. No era una belleza pero tuvo lo suyo. A su manera llamaba la atención.

Dos semanas después la tía Esther llegó a visitar a la niña y le gustó, pero al enterarse de su origen, no la quiso. Mi madre no le habló durante años.

Quedarme con la niña me costó una golpiza tremenda de Juventino. No me importó.

Había algo en la beba que me conmovía hasta la médula. Supongo que me veía reflejada de alguna manera. Al casarme perdí los buenos recuerdos de mi niñez. El jodido Juventino sacó las garras y me hizo sangrar mi suerte. Mis padres sabían que me daba mala vida y no se metían. Ellos me habían advertido y no les hice caso. Era mi mala decisión.

Al mes la niña enfermó de gravedad. En la clínica le hicieron varios estudios. Una tarde, el doctor habló conmigo. La beba tenía SIDA.

En mi ignorancia le contesté que cómo se curaba. Es fatal, me respondió.

La noticia nos aplastó a mi mamá y a mí. Al saberla, Juventino armó la grande y casi avienta a la niña por la ventana. Yo no sé de dónde saqué fuerzas y que me le voy a los golpes. Juran mis hijos que Juventino apenas y paraba las patadas, mordidas y rasguños que le ponía. No lo dejé. El muy cabrón empezó a gritar. Los policías que me detuvieron declararon que me resistí a la detención y que por poco el Juventino no la cuenta.

Mi madre pagó la multa. Juventino, cobarde y resentido, se largó de la ciudad y no he vuelto a saber de él. No me pesa. Conseguí un empleo que, junto a la ayuda de mis papás, nos sostiene a los cinco.

A pesar de las recaídas, Esperanza cumplirá nueve años el próximo mes. Es raro. No resiste los medicamentos y cada vez que los usa se pone mal. El doctor que diagnosticó el SIDA calculó pocas posibilidades de vida. Ahora imagínese lo que sería sin medicinas.

Yo pienso que esta niña vive de amor. El amor de la entrega total. El amor del hoy por hoy sin contemplaciones. No me lo explico de otra manera. Hemos luchado y no nos rendimos. Sabemos que se va a ir en cualquier momento. Por ello, nos esforzamos para disfrutarle y agradecerle a Dios la oportunidad de poderle regalar lo mejor de nosotros: el sentimiento inmenso de los fugitivos del paraíso”.

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