jueves, 14 de enero de 2010

EDITORIAL: HAITÍ

El martes 12 de enero de 2010, un terremoto de 7.0 grados en la escala de Richter, con epicentro en tierra firme a quince kilómetros de Puerto Príncipe, la capital de Haití, ocasionó daños materiales, muertos y heridos aún sin precisar, y alrededor de tres millones de damnificados.

El sismo fue uno el más intenso registrado en la zona, desde 1751, y tuvo 20 réplicas, siendo las dos principales de 5.9 y 5.5 grados.

Como una medida preventiva, se lanzó una alarma sobre un eventual tsunami, que horas después cesó.

La destrucción de los barrios principales de la capital y de edificios emblemáticos del gobierno y de representaciones diplomáticas, incluyendo, el de la representación de la Organización de las Naciones Unidas, sin olvidar el saldo destructivo de los alrededores de Puerto Príncipe, pone al país en una situación crítica.

Haití es la nación más pobre del Hemisferio Occidental y no está preparada para encarar un desastre de la magnitud de este terremoto, lo cual implica que la Sociedad Internacional tendrá que hacer una esfuerzo extra para contener las secuelas sanitarias de la tragedia y poner cierto orden económico para los sobrevivientes.

El primer país en responder fue Brasil que, de inmediato, envió dos barcos con ayuda en alimentos y medicinas.

Según los testimonios que empiezan a ventilarse, el colapso de Puerto Príncipe fue rápido y no hubo forma de prevenirlo. La reacción inmediata de los habitantes, después del fenómeno, fue el rescate de los atrapados y heridos. Sin embargo, poco es lo que se pudo resolver por la carencia de lo indispensable para llevar a cabo la tarea.

Los Estados Unidos anunciaron que el ejército está listo para socorrer a los damnificados, y paulatinamente el resto del orbe ha hecho suya esta desgracia.

Las prioridades son el mantenimiento en funciones de las instituciones gubernamentales y el cerco médico para evitar la propagación de enfermedades.

En Haití, reportó la Secretaria de Relaciones Exteriores de México, viven ochenta connacionales y sólo se ha podido contactar a algunos, por ende, se ignora si hay mexicanos entre las víctimas.

República Dominicana, que comparte el territorio con Haití, aunque entró en pánico, está alerta en caso de una contingencia mayor.

Como ya lo experimentamos los habitantes de la Ciudad de México en 1985, los próximos días son de vital importancia para salvar el máximo de vidas y resolver las condiciones supervivencia básica de los damnificados.

Vaya, en estas horas oscuras, nuestra solidaridad para los haitianos y un recordatorio a nuestras autoridades que México no está exento de este tipo de manifestaciones naturales y que es muy poco lo que realmente se ha realizado para inculcar una cultura de reacción ante los terremotos. No bastan con simulacros y ceremonias luctuosas cada 19 de septiembre, es indispensable invertir y cumplir con los protocolos internacionales vigentes en esta circunstancia.

Aprendamos de la desgracia ajena.

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