Por: Raúl Gómez Miguel
Es risible el seudo mesianismo de la derecha mexicana y las asociaciones civiles que la acompañan.
En un país cuyo promedio social es precisamente la familia disfuncional, los angelitos de la comunicación masiva deciden conmemorar el espejismo de la familia del cereal favorito para que los hombres y las mujeres, cual estampa navideña, al calor del fuego del hogar alaben la buena de suerte de tener una chulada de familia.
La chifladura no acaba aquí. El mochismo se atreve a definir qué es la familia, no se vaya colando alguna unión libre u homosexual, las madres o los padres solteros, los carnales amistosos y cualquier alteración peligrosa al concepto que su cuadratura impone: heterosexualidad e hijos, sexualmente correctos; se entiende.
El día de la familia como asunto político (y no me salgan que no hay gato encerrado en la ofensiva de los medios para alelar todavía más el grueso de los emplumados que habitan este cuerno de la abundancia puesto en pocas manos) es una celestial tomadura de pelo por que salvo los cursis que usualmente lloran con este tipo de revelaciones, la gente de a pie admite que la familia es una carga que no se elige y que ni en sus peores delirios piensa celebrar.
Para mis críticos, si es que tengo alguno, ahí va la vivencia colectiva. Piense en cuantas ocasiones de riguroso integración sanguínea (el día de las madres, los aniversarios de boda de los padres, los cumpleaños, la Navidad o el Año Nuevo) los mexicanos sabemos aparentar y sostener la fiesta en paz sin caer en la tentación de pelearse entre sí por las causas ridículas que nos distinguen: NINGUNA.
La sabiduría popular recomienda que los familiares y las enfermedades entre más lejos mejor. Por algo será. Pero eso no impide que al grito de cristianismo sí, exotismo no, los afiebrados paladines de lo políticamente correcto joroben con sus estampas y sugerencias para valorar a la familia; esa misma entidad que puede secuestrar, robar o matar junta pero que adoran el lazo de sangre.
Y no contemos las recomendaciones publicitarias idiotas que trae la susodicha celebración que se resumen en una renuncia personal y colectiva a la libertad de estar y elegir compañía a cambio de actividades tan edificantes como platicar (que no discutir) temas ingenuos, a inventar juegos elevados de oca o basta, meriendas somníferas como las tertulias literarias o las reuniones bohemias de la tercera edad.
Como los DODOS no contamos ni siquiera como especie estamos exentos de hacer desfiguros y continuaremos bailando conga hasta el amanecer mientras los beatos y las beatas blancas y azules elevan aleluyas y caen en delirios místicos ante la unidad familiar y el triunfo aplastante de la decencia en este país de ateos, herejes y criaturas infernales que se oponen a la libre empresa, el enriquecimiento ilícito de cuello blanco y las barreras de clase.
¿No es hermoso este mundo de incienso y veladoras?. Que viva la familia como las de los señores Fox, los activistas de Provida o las dedicadas a la delincuencia brutal.
Yo con la pena estoy en pleno carnaval DODO y mi familia cabe en mi corazón sin circos, maromas y teatros; y por supuesto, sin Día de la Familia. Así que uno, dos, tres, ¡Conga¡.
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