POR: Ana Laura Domínguez
Se presume que el mexicano promedio, lee aproximadamente un libro al año. Eso si bien nos va. Me imagino que gracias a esa alarmante “cifra”, nuestras autoridades, preocupadas en demasía por la falta de interés cultural de su pueblo, se vieron en la imperiosa necesidad de formular una “Ley de Fomento a la Lectura y el Libro”.
Esta ley fue derogada o poco acogida en el sexenio anterior por nuestro flamante y bien leído presidente Vicente Fox. Hoy, años más tarde, su sucesor, el no menos letrado Felipe Calderón, retoma el proyecto y le da luz verde, además de que varios intelectuales, escritores y editores, han apoyado el proyecto desde la Feria Internacional del Libro del año pasado en Guadalajara.
Pero más que mencionar fechas y personajes “famosos” y recargarnos en ellos para lograr una buena conjetura sobre la dichosa ley, que dicho sea de paso solamente la entienden bien las que la escribieron, debiéramos preocuparnos y ocuparnos por descifrar la utilidad de la misma. Por principio de cuentas sería conveniente cambiarle el nombre, pero eso no nos compete. En definitiva, no fomenta la lectura aunque sí puede llegar a proteger al “libro” como si éste fuera en ente en peligro de extinción y vaya que lo es.
La ley de fomento para la lectura y el libro se aplicará en lo ordenado en la Ley de Imprenta, la Ley Federal de Derecho de Autor y la Ley General de Bibliotecas. Es de suponerse que las disposiciones de todas ellas, tendrán que ir a la par de la ley de fomento y entonces viene la pregunta ¿para qué tantas leyes referentes al mismo tema, si cada organismo tiene la suya?
La industria editorial no está atravesando por ningún trance económico, o por lo menos no sería nuevo que lo estuviera. Los libros siempre han sido caros. Lo bueno cuesta, la cultura, por ende, tiene un precio altísimo. Tratar de encaminar a todos los participantes de la cadena editorial, desde el escritor hasta el que comercializa los libros, por un sendero basado en las buenas reglamentaciones y disposiciones oficiales, es un buen punto para la comercialización y la competitividad de la industria editorial mexicana versus mercados internaciones, pero hasta ahí. La ley no puede fomentar nada más que eso. La ley, como tal y como está planteada, no obliga a leer a nadie y es ahí donde el último eslabón de la cadena, rompe con todo lo demás.
Desde las ediciones de lujo, de pasta dura, hasta las ediciones de bolsillo y en papel revolución, pueden contener, según la temática y/o el autor, información “interesante” y cultura a más no poder, pero si la gente no quiere leer, no importa que sea de calidad o no.
El fomento a la lectura no se da con una ley, con anuncios espectaculares, en las esquinas, en las banquetas, ni en los asientos del metro capitalino. Esto es algo que debe atenderse desde los hogares y sobre todo desde las aulas a muy temprana edad. Pero pareciera que las autoridades están ajenas a esta problemática y sobre todo, ni ellos mismos cumplen con sus leyes.
Todavía no saben cómo amarrar bien las disposiciones de ley de fomento a la lectura y una de las dependencias gubernamentales más importantes del país, ya está rompiendo con ella.
La dichosa ley en su artículo tercero, a la letra dice:
Esta ley fue derogada o poco acogida en el sexenio anterior por nuestro flamante y bien leído presidente Vicente Fox. Hoy, años más tarde, su sucesor, el no menos letrado Felipe Calderón, retoma el proyecto y le da luz verde, además de que varios intelectuales, escritores y editores, han apoyado el proyecto desde la Feria Internacional del Libro del año pasado en Guadalajara.
Pero más que mencionar fechas y personajes “famosos” y recargarnos en ellos para lograr una buena conjetura sobre la dichosa ley, que dicho sea de paso solamente la entienden bien las que la escribieron, debiéramos preocuparnos y ocuparnos por descifrar la utilidad de la misma. Por principio de cuentas sería conveniente cambiarle el nombre, pero eso no nos compete. En definitiva, no fomenta la lectura aunque sí puede llegar a proteger al “libro” como si éste fuera en ente en peligro de extinción y vaya que lo es.
La ley de fomento para la lectura y el libro se aplicará en lo ordenado en la Ley de Imprenta, la Ley Federal de Derecho de Autor y la Ley General de Bibliotecas. Es de suponerse que las disposiciones de todas ellas, tendrán que ir a la par de la ley de fomento y entonces viene la pregunta ¿para qué tantas leyes referentes al mismo tema, si cada organismo tiene la suya?
La industria editorial no está atravesando por ningún trance económico, o por lo menos no sería nuevo que lo estuviera. Los libros siempre han sido caros. Lo bueno cuesta, la cultura, por ende, tiene un precio altísimo. Tratar de encaminar a todos los participantes de la cadena editorial, desde el escritor hasta el que comercializa los libros, por un sendero basado en las buenas reglamentaciones y disposiciones oficiales, es un buen punto para la comercialización y la competitividad de la industria editorial mexicana versus mercados internaciones, pero hasta ahí. La ley no puede fomentar nada más que eso. La ley, como tal y como está planteada, no obliga a leer a nadie y es ahí donde el último eslabón de la cadena, rompe con todo lo demás.
Desde las ediciones de lujo, de pasta dura, hasta las ediciones de bolsillo y en papel revolución, pueden contener, según la temática y/o el autor, información “interesante” y cultura a más no poder, pero si la gente no quiere leer, no importa que sea de calidad o no.
El fomento a la lectura no se da con una ley, con anuncios espectaculares, en las esquinas, en las banquetas, ni en los asientos del metro capitalino. Esto es algo que debe atenderse desde los hogares y sobre todo desde las aulas a muy temprana edad. Pero pareciera que las autoridades están ajenas a esta problemática y sobre todo, ni ellos mismos cumplen con sus leyes.
Todavía no saben cómo amarrar bien las disposiciones de ley de fomento a la lectura y una de las dependencias gubernamentales más importantes del país, ya está rompiendo con ella.
La dichosa ley en su artículo tercero, a la letra dice:
Artículo 3.- El fomento a la lectura y el libro se establece en esta Ley en el marco de las garantías constitucionales de libertad de escribir, editar y publicar libros sobre cualquier materia, propiciando el acceso a la lectura y el libro a toda la población.
Ninguna autoridad federal, estatal, municipal o del Distrito Federal podrá prohibir, restringir ni obstaculizar la creación, edición, producción, distribución, promoción o difusión de libros y de las publicaciones periódicas.
Y con todo y esto la Secretaría de Educación Pública, lanza a la calle a Marcelo Ebrard con todo y su libro. Entonces, ¿dónde quedó el fomento a la lectura, y el apoyo al libro y sobre todo a su difusión y distribución? Efectivamente quedó en donde quiso la SEP, en las banquetas. Y dejémoslo así en “La SEP”, sin ponerle nombres propios, para no herir susceptibilidades a la hora de los cocolazos.
El libro Tu Futuro en Libertad. Por una sexualidad y salud reproductiva con responsabilidad, no fue “aprobado” por la Secretaría de Educación y por lo tanto, no está permitido que dicho ejemplar entre como libro de texto a las escuelas secundarias y preparatorias de gobierno. No sea que nuestros castos estudiantes se vayan a traumatizar con algo de información. De igual forma, los maestros que apoyen dicho proyecto, serán sancionados. ¿Qué pasó con la ley de fomento a la lectura?
No cabe duda que la política es mucho más fuerte que la educación y la cultura. Los embates partidistas seguirán opacando las buenas intenciones de los gobiernos para lograr algún día, que la gente lea, se informe y por lo tanto, gocemos de un pueblo culto y libre. Cosa que tampoco le conviene mucho que digamos a ninguno de nuestros dirigentes.
También dentro de este mismo rubro, se habló de un precio único del libro, mismo que podría resultar benéfico para los productores de los ejemplares, las casas editoriales y hasta para los impresores, pero que dista mucho de ser un beneficio tanto para los escritores, como para posibles lectores. Habría que ver si este precio único tiene contemplado el costo del papel, de la tinta y de la mano de obra, entre otras cosas no menos importantes como por ejemplo, si se trata de mamotreto de libro o de todo un bestseller.
En resumen y no por querer terminar, el que quiera leer, si no tiene dinero, tiene bibliotecas y al que no le “gusta” la lectura, pues ni aunque le achaquen una ley que nada tiene con ver con el amor a las letras.
En fin, que esto no acaba aquí. Es decir, el tema da para más, pero lo importante, es ir midiendo la fluidez de la mentada ley, su aceptación y sobre todo su funcionalidad.
Espero que gracias a la ley de fomento a la lectura, alguien lea este artículo y se dé por enterado de lo que está pasando y nos brinde otra opinión.
Ninguna autoridad federal, estatal, municipal o del Distrito Federal podrá prohibir, restringir ni obstaculizar la creación, edición, producción, distribución, promoción o difusión de libros y de las publicaciones periódicas.
Y con todo y esto la Secretaría de Educación Pública, lanza a la calle a Marcelo Ebrard con todo y su libro. Entonces, ¿dónde quedó el fomento a la lectura, y el apoyo al libro y sobre todo a su difusión y distribución? Efectivamente quedó en donde quiso la SEP, en las banquetas. Y dejémoslo así en “La SEP”, sin ponerle nombres propios, para no herir susceptibilidades a la hora de los cocolazos.
El libro Tu Futuro en Libertad. Por una sexualidad y salud reproductiva con responsabilidad, no fue “aprobado” por la Secretaría de Educación y por lo tanto, no está permitido que dicho ejemplar entre como libro de texto a las escuelas secundarias y preparatorias de gobierno. No sea que nuestros castos estudiantes se vayan a traumatizar con algo de información. De igual forma, los maestros que apoyen dicho proyecto, serán sancionados. ¿Qué pasó con la ley de fomento a la lectura?
No cabe duda que la política es mucho más fuerte que la educación y la cultura. Los embates partidistas seguirán opacando las buenas intenciones de los gobiernos para lograr algún día, que la gente lea, se informe y por lo tanto, gocemos de un pueblo culto y libre. Cosa que tampoco le conviene mucho que digamos a ninguno de nuestros dirigentes.
También dentro de este mismo rubro, se habló de un precio único del libro, mismo que podría resultar benéfico para los productores de los ejemplares, las casas editoriales y hasta para los impresores, pero que dista mucho de ser un beneficio tanto para los escritores, como para posibles lectores. Habría que ver si este precio único tiene contemplado el costo del papel, de la tinta y de la mano de obra, entre otras cosas no menos importantes como por ejemplo, si se trata de mamotreto de libro o de todo un bestseller.
En resumen y no por querer terminar, el que quiera leer, si no tiene dinero, tiene bibliotecas y al que no le “gusta” la lectura, pues ni aunque le achaquen una ley que nada tiene con ver con el amor a las letras.
En fin, que esto no acaba aquí. Es decir, el tema da para más, pero lo importante, es ir midiendo la fluidez de la mentada ley, su aceptación y sobre todo su funcionalidad.
Espero que gracias a la ley de fomento a la lectura, alguien lea este artículo y se dé por enterado de lo que está pasando y nos brinde otra opinión.
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