sábado, 21 de junio de 2008

LA STREGA: Algo de gigantes mexicanos


ALGO DE GIGANTES MEXICANOS
POR: MARCIA TREJO


México es tierra de gigantes y, cuando afirmo algo así, no es haciendo referencia a la grandeza de su gente o a la altura de sus sueños, sino a aquellos que deveras lo son. A esas criaturas que –por razones desconocidas para nosotros los humanos, pero supongo yo que claras para la Naturaleza- alcanzan proporciones muy superiores a las de cualquier ser vivo.
La diversidad de estas colosales entidades es amplia y su linaje es verdaderamente antiguo. De hecho, ya para cuando se establece el periodo conocido como Segundo Sol, los gigantes ya habían sido creados por las deidades. Esta raza no conocía la agricultura, por lo tanto, se alimentaba exclusivamente de los productos de la tierra que recolectaba; frutas silvestres, raíces, bellotas, vegetales y algunos granos constituían el eje de su dieta.
Los Anales de Cuauhtitlán cuentan lo siguiente:

“Se cimentó luego el segundo sol (edad).
Su signo era 4-Tigre.
Se llamaba Sol de Tigre.
En él sucedió
que se oprimió el cielo,
el sol no seguía su camino.
Al llegar el sol al mediodía,
luego se hacía de noche
y cuando ya se oscurecía,
los tigres se comían a las gentes.
Y en este sol vivían los gigantes.
Decían los viejos,
que los gigantes así se saludaban:
‘no se caiga usted’, porque quien se caía,
se caía para siempre”.

Eran tiempos peligrosos para cualquiera. Los gigantes que no fueron aniquilados por los tigres o quedaban condenados a permanecer tirados hasta la muerte por aquello de una mala caída, fueron llenándose de resentimiento, mismo que no dudaron en desquitar con las poblaciones de los alrededores. Los seres humanos –con la prudencia que nace de haber visto a uno que otro congénere morir de fea manera a manos de un gigante- optaron por aguantar estoicamente sus agresiones y solicitudes de alimento. Por supuesto, saciar el apetito de estas criaturas no era precisamente lo que se puede denominar una actividad sencilla ya que requería de enormes cantidades de comida.

Como los gigantes se fueron haciendo cada vez más confianzudos y les empezó a gustar demasiado eso de que otros se hicieran cargo de llenar sus estómagos, los pobladores llegaron a la conclusión de que era necesario actuar de manera pronta y definitiva si deseaban volver a gozar de un poco de tranquilidad y aspirar a comer algo más que las migajas que dejaban los desagradables vecinos. Se discutieron varias posibilidades, se escucharon todo tipo de planes y, finalmente, se optó por algo sencillo pero eficaz: el homicidio (¿giganticidio?).

Un grupo –los más diplomáticos o los mejores actores, supongo yo- invitó a los gigantes a una comida especial que habían preparado en su honor; los invitados –tragones como pocos- aceptaron de inmediato el ofrecimiento y en tropel se dirigieron al lugar donde ya los aguardaban una deliciosa diversidad de viandas y mucho, pero lo que se dice mucho licor. Rápidamente los gigantes empezaron a dar cuenta de los platillos y en cuanto cualquier vaso disminuía su nivel de licor, alguien se encargaba de llenarlo hasta el borde. Después de un buen rato, los gigantes tenían una borrachera de antología, unos reían, otros contaban pésimos chismes y otros más roncaban. Y ese fue precisamente el momento preciso… a una señal convenida, los hombres se lanzaron contra ellos y les dieron muerte.

Por supuesto, que la aniquilación de este grupo no significó, de modo alguno, la extinción definitiva de la especie, ya que han existido diversas razas(?) a lo largo y ancho del país. Por ejemplo, los mayas cuentan con el espectro gigantológico más amplio del territorio nacional y también uno de los más antiguos. Los Cantares de Dzitbalché dicen de aquellos tiempos que:

“…porque aquí en esta región
aquí en la Sabana, aquí
en la tierra de nuestros antiguos
gigantes hombres…”

Por tanto, es de suponer que estaban más que acostumbrados a estas colosales presencias y ¡no es para menos! ya que eran cuatro de estas criaturas las encargadas de que los cielos se mantuvieran en una posición fija, su nombre: Bacabes. Cada uno se colocaba en un punto cardinal del mundo que era cuadrado y que estaba constituido por trece cielos –uno sobre otro- debajo de los cuales se encontraban los infiernos. Cada Bacab tenía un color que lo distinguía: rojo, blanco, amarillo o negro.

Los Libros de Chilam Balam de Chumayel también aportan referencias a estas colosales entidades:

“Entró entonces Chac, el Gigante, por la
grieta, de la Piedra. Gigantes fueron entonces
todos, en un solo pueblo, los de todas
las tierras”.

Pero los mayas tenían además otros gigantes que hacían de sus tierras algo único. De entrada, hay que mencionar al Ua Ua Pach, criatura de hábitos nocturnos y “particular” sentido del humor. Ya que había caído la noche y la mayoría de la gente se encontraba en casa, el Ua Ua Pach entraba silenciosamente al pueblo, lo hacía de forma tan discreta que nadie lo notaba, aunque suene extraño por su gran tamaño, eso era posible. Una vez ahí, elegía alguna calle de su predilección, colocaba un pie a cada lado de ésta y se disponía a esperar el tiempo que fuera necesario para que apareciera algún trasnochador. En cuanto el elegido pasaba entre sus piernas, el gigante cerraba con gran fuerza las piernas y se carcajeaba del gusto. Naturalmente, ello implicaba un gran número de fracturas múltiples que ocasionaban –si se tenía suerte- una muerte instantánea. Otras veces este gigante andaba, digamos de ánimo bondadoso y se limitaba sólo a morder las piernas del desafortunado o nada más a asustarlo.

Otra de estas entidades mayas es el Uay Poop, enorme hombre que cubre su cuerpo con unos petates gigantescos que golpea con fuerza sin igual, de hecho, el ruido que produce es tan intenso que puede escucharse a varios kilómetros a la redonda. No existe información que nos hable de para qué anda azotando petates, si lo hace al atrapar a alguna víctima o es una forma de matar el aburrimiento.

No podemos omitir a Che Uinic cuyo rasgo distintivo es carecer de huesos y coyunturas, así que para caminar debe utilizar un enorme bastón que no es más que el tronco de un árbol. Por supuesto, para dormir no puede acostarse como cualquier otra criatura, sino que debe permanecer en pie y, para evitar dar el ranazo mientras duerme, pues se recarga en alguna pared rocosa, árbol o superficie sólida y de gran tamaño que sea capaz de sostener su corpachón. Si eso no fuera suficientemente extraño hay que añadir que además tiene la piel de un nada discreto color rojo. El Che Uinic adora la carne humana –una de los rasgos distintivos de múltiples monstruos mayas- y no muestra el menor remordimiento para conseguirla. Si tuvieras la mala suerte de toparte con él y deseas sobrevivir al encuentro, es recomendable que consigas una rama y empieces a hacer malabares con ella, muestra que te estás divirtiendo como enano y baila como si no te importara tener un tipo con muy malas intenciones que de menos de menos triplica tu tamaño. Por alguna razón, supongo yo que porque su sentido del humor es bastante simple, tus acciones seguramente le provocarán tremendo ataque de risa y se reirá tanto tanto que terminará tirado en el suelo. Y ese es el momento que deberás aprovechar para retirarte de ahí.

Otra lindura maya es el H-Wayak. De lejos parece un ser humano normal, tan equis que no llama especialmente la atención, sin embargo, conforme se acerca su estatura va aumentando de forma creciente hasta que su cabeza queda más o menos a la altura de las copas de los árboles de la zona. El susto de verlo sería perdonable si no fuera por el pequeño detalle de que encuentra particular diversión en romperle los huesos al humano con quien se tope. En caso de que eso no sea posible, el H-Wayak se enojará a tal grado que se desquitará destrozando árboles.

Los tarahumaras también tienen algo que decir con respecto a su relación con los gigantes, aunque sería más exacto decir ex relación. Hace ya bastantes ayeres, los tarahumaras compartían el territorio con estos seres que refieren eran tan altos como los pinos y con cabezas del tamaño de rocas. Entre ambas especies se había establecido un acuerdo laboral bastante claro: los gigantes se encargarían de sembrar y talar los árboles, y los humanos pagarían sus servicios con comida y una bebida alcohólica llamada tesgüino. La cosa es que esta particular alianza no pudo mantenerse por mucho tiempo ya que los gigantes en cuanto se emborrachaban, les daba por andar violando mujeres –me confieso totalmente ignorante en la manera como resolvían la diferencia de tamaño-, una vez terminada la actividad sexual, pues se les abría el apetito y lo saciaban convirtiendo en botana a los niños. Los tarahumaras decidieron acabar de una vez por todas con semejante comportamiento, así que prepararon un cocimiento de chilicote, lo pusieron en lo que habría de convertirse en la última comida de los gigantes.

Nuevo León también contó en su haber con estas colosales entidades tal y como lo constatan las osamentas encontradas en el Municipio de Linares. Se dice que eran criaturas de trato agradable, buen corazón y muy trabajadores. Su estatura andaba por ahí de la decena de metros y su piel era morena oscura. Por alguna razón que actualmente resulta desconocida acostumbraban construir unas pequeñas lomas. Y cierto día llegó una lluvia torrencial, cayó tal cantidad de agua que terminó convirtiéndose en un diluvio. Gran parte de los seres vivos fueron arrastrados por la corriente o se ahogaron. Ni siquiera los gigantes pudieron salvarse porque –aunque intentaron huir- sus pies quedaron atorados en el barro y terminaron cubiertos por las terribles aguas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

muy interesante muchas gracias por tu aporte en la informacion de los gigantes en mexico.