La Paz, la Seguridad y la Moda
Por. Raúl Gómez Miguel
Y ahí estaba la gente bonita; la que puede pagar campañas y proyectos personales de crítica y dolor; la que decora las portadas de las revistas de sociales; la que vota como si la política fuera una monada, la que todo lo que toca lo convierte en vacío; la que llora en televisión abierta; la que denuncia sin ponerse a disgusto con los mandamases; a la que pertenecía Felipe Calderón once años atrás y que ahora lo expulsa por “mala onda”; la que rentó camiones para que las señoras de Interlomas, Lindavista, Lomas, Tecamachalco, Santa Fe estuvieran en el acto, en el evento de este semestre; la que en un exceso de nacionalismo aceptó la presencia de pelusita para hacer bola pero guardando la distancia; la que siguiendo las instrucciones de las “plumas” consagradas sugerían la renuncia del gabinete en pleno, ese mismo que ella había llevado al poder; la que había comprado el outfit de rigor en la tienda de prestigio y que descubría el centro histórico de la capital como prueba de que el señor Slim siempre sabe lo que paga; la que confundía la protesta ciudadana como un espectáculo de “Up with the people”; la que le puso a sus mascotas playeras estampadas con la causa; la que tiene que pagar por una seguridad privada de primer mundo además del blindaje de autos y camionetas; la que manda a sus retoños a estudiar en una universidad de reconocimiento universal; la que se buscó a la mañana siguiente en las fotografías difundidas públicamente y que compró o aviso a sus familiares para que atestiguaran su conciencia social; a la que sólo le falta cantar villancicos navideños y romper piñatas, la que escribió cuanta barrabasada se le vino a la mente para sentirse a tono; la que critica la corrupción y es la primera en beneficiarse de ella; la que habla de igualdad poniendo a la servidumbre en su lugar; la reduce la empatía política a una condición de naco; la que se envalentona hasta que la lumbre les quema; la que descubrió horrorizada que era parte de México.
Y ahí estaban los pocos, los que sin disfraz ni candelas hacían un voto de silencio por los muertos; las víctimas inocentes de la indolencia social, los que se la jugarían como todas las noches de su vida al regresar a sus casas, esperando que Dios estuviera de buenas y llegaran a salvo, los que día a día son ultrajados y robados sin que sus nombres aparezcan en desplegados y noticias de ocho columnas, los que por cien pesos pueden ser baleados o picados, los que saben de siglos que a la policía y a los poderosos no les interesan, los que oliendo a miseria clamaban una justicia ilusoria, los que engruesan la estadística anónima, los que son la clientela del “pronto”, del “mañana”, los que no conocen la etiqueta y el protocolo, los que son prescindibles por ser millones, los que son “mexicanos al grito de guerra”.
Y ahí estaba el cronista aceptando el valor de los ancianos que con paso lento y digno protestaban por el país que dejaban a los que vienen. Los vi caer y levantarse. Los vi fatigados. Los vi muertos de ataques al corazón. Los vi como ejemplos que hubo un tiempo pasado mejor. Los vi y me conmovió notar el punto de descomposición social al que ha llegado México, que hasta sus viejos tienen que morir peleando.
1 comentario:
Ayayay esas palabras huelen a un añejo, putrefacto y anquilosado rencor social que te obliga al reduccionismo universalizando particularidades. Se te olvida que los ricos de a de veras no necesitan salir a las calles porque ya ni viven aquí; lo que yo vi fue una clase media asustada, harta e impotente en una protesta legitima aunque trates de ridiculizarla. Y te apuesto que la pelusita también se buscó en los periódicos y que el dolor por ser violentado nos duele a todos, ricos o pobres, así que guarda tanta ponzoñita social polarizante para los discursos de tu master Obrador.
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