POR: Adaní Vázquez
A la letra Chiquita le encanta el jazz. No creas que por ser Chiquita es tonta o insignificante, de hecho, es de las letras que más importancia tienen. Hoy vive en una elegante taza de café en Nueva Orleáns, ¡claro!, la cuna del Jazz. Pero no siempre fue así, letra Chiquita tiene una gran historia. No sería adecuado que yo se las contará, seguro se enojaría mucho conmigo, a ella le gusta contar sus propias historias, al final se ganó el derecho para hacerlo. Así que letra Chiquita, mis lectores son tus lectores.
Gracias. Hola, soy la letra Chiquita. Sí, soy esa pequeña letrita que todos quieren esconder, pero en el fondo quieren enseñar. Soy esa letra que forma palabras que todos pretenden no ver y, al final, siempre se sorprenden de lo que puedo llegar a decir. Comúnmente me encuentras vestida de rojo y soy experta en documentos oficiales, de esos que redactan los abogadillos.
Existen otras letras Chiquitas, pero la verdad es que no les gusta la vida pública, entonces viven escondidas en algún documento, en uno que otro corazón, en la punta de una lengua, por eso no tengo mucha relación con las de mi especie. En realidad, ese fue el problema desde el principio.
En aquella época yo era parte de un documento oficial, un acta de acuerdo prematrimonial. Una pareja adinerada de Nueva York planeaba su boda y con ella, por supuesto, todos los arreglos que por ley convenían a la familia del novio. Pero olviden a la pareja, el que importaba el abogado, ¡ufff! el abogado, Mr. Jack Daniels. Él era toda mi sal y yo toda su pimienta.
Era verano, obvio hacía mucho calor. Jack apresurado organizaba todos los papeles que tenían que ver con el matrimonio Becker. Fólder tras fólder, la máquina de escribir no dejaba de sonar. Yo sabía que ese era el día. No podía esperar el momento en el que Jack y yo nos volviéramos a ver, así cara a cara. Hacía dos noches que de su puño y letra había creado toda mi oración, dos renglones, directos, precisos, con una tinta roja del todo elegante; esa tarde tendría que revisar meticulosamente la parte de mi cláusula, y yo, tenía toda la intención de decirle que mi tinta, toda ella, existía para él.
¿Cómo una letra Chiquita podría hacer eso?, seguro se lo preguntan, yo me lo pregunté. ¿Cómo una letra enamora a un hombre de carne y hueso?; quería que me viera, que supiera que fuera de ese documento yo existía y que gracias a él me gustaba sonreír. Asegurarle al mundo que existes no es nada fácil y siendo chiquita pues la cosa se complica.
Cuarto para las seis, era el momento. Lo único que se me ocurrió fue tratar de ser más roja de lo que soy, brillar, deslumbrar tanto en esos dos renglones que Jack tuviera que verme, acercarse lo suficiente para escucharme.Se puso sus lentes de negro armazón, esos que hacían de sus ojos verdes dos enormes esperanzas.
NOTA: En caso de deceso de cualquiera de los cónyuges absolutamente todos los bienes pasan a ser parte del patrimonio del Sr. Junior Becker y familia.
Palabra por palabra, letra por letra, cuidadosamente revisó. Me esmeré tanto en brillar que casi podía ver el resplandor en el reflejo de sus lentes. Quería gritarle, pero al parecer todos mis intentos se quedaron cortos. Terminó de leer la cláusula, se quito los lentes, los mordió de la patilla y dijo “Perfecto”; metió el documento a la carpeta y, de pronto, todo quedó a oscuras.
Sin duda el día más triste de toda mi alfabética existencia. De pronto me sentí demasiado pequeña en un fólder, en un portafolio, en un mundo demasiado grande. La tinta se me empezó a salir de las vocales. Todo mal. ¿Cómo una letra Chiquita enamora a un hombre de carne y hueso?
Por suerte nací con buena estrella. La escurridera de mi tinta llegó hasta el estuche de un bolígrafo Mont Blanc, que con toda propiedad se dirigió a mí desde su caja. “Señorita, si me permite el atrevimiento; ¿cómo es que una damisela tan pequeña como usted puede llorar tanto?”, “Usted perdone, pero no lo puedo evitar”, le contesté. “Todo se puede evitar o no evitar en esta vida, la verdad es que uno puede ser prácticamente lo que sea. Vamos deje de llorar, su tinta comienza a ensuciar mi estuche.“ Me disculpé. “Yo soy Jean Paul. ¿Con quien tengo el gusto de compartir esta charla?”, “Soy Nota Cláusula decimocuarta del acta prematrimonial de la familia Becker.”, “Cáspita, eso me parece más que un nombre una descripción. ¿Quién eres?, ¿qué eres?”.
Jamás me habían preguntado eso, nunca nadie había cuestionado mi existencia. Desde que tenía memoria, era parte del acta de los Becker y estaba enamorada del abogado Jack Daniels. ¿Qué soy?, no sabía la respuesta, lloré todavía más.
“No sé que soy.” “¿Cómo es posible?, eres un lápiz, una goma, una tarjeta representación, algo debes de ser. No puedes andar por ahí no siendo nada, es de mal gusto.” Descorazonada respondí que no estaba segura de saber qué eran todas esas cosas, pero que seguro no era una de ellas. Jean Paul se quedó mudo un instante. “Bueno, creo que es mi deber ayudarte a descubrir qué eres. Veamos, dijiste en tu descripción, bastante pobre por cierto, que eres una especie de cláusula, quizás seas un fólder.” “No creo porque más bien estoy dentro del fólder.” “!Aaaa¡, entonces seguro eres una hoja de papel.” “Tampoco, porque estoy dentro del papel.”, “Entonces claro eres un párrafo, una oración, una palabra, una letra.” “No estoy muy segura porque veo las letras y son mucho más grandes que yo y como de otro color.” “Mmm, interesante, ¿puedes decirme cómo eres? “ ¿Cómo soy?, me sentí rara tan siquiera en pensar esa respuesta.
“Pues, soy de un color rojo bajito, me parezco un poco a las letras que dijiste, sólo que yo estoy más chiquita y en una esquina. “ “A ver, a ver, cómo está eso de que estás en una esquina. ¿Puedes decirme qué dice tu cláusula? Por fin una pregunta sencilla, pensé. Me memoricé cada palabra, Jack siempre leía en voz alta. “En caso de deceso de cualquiera de los cónyuges absolutamente todos los bienes pasan a ser parte del patrimonio del Sr. Junior Becker y familia.”, “Interesante, interesante y dices que eres chiquita y de rojo bajito, casi imperceptible.”, “Bueno ahora en vez de carmín ya soy más bien escarlata pero sí, así soy yo. “ “Y dices que te pareces a las letras. Tienen la misma forma y todo.” “ Podría decirse, sí.” “Señorita usted es lo que muchos llaman la letra chiquita de un documento.”
¡¿Quéeeeee?! ¡Claro!, lo mismo pensé yo, quién se creía ese franchute amargado para decirme que yo era la parte chiquita de un documento, me sentí ofendida. Entonces mi color escarlata se convirtió en rojo lava. “Disculpe, creo que se equivoca. Jack siempre decía que yo era la parte más importante del documento, no creo ser la pequeña esa que usted dice”. “Mil disculpas señorita si mi comentario, llegó a ofenderla. Pero precisamente por eso, si el Jack ese, que supongo que es el abogaducho que lleva el caso del matrimonio, dice que usted es la parte más importante del documento, con más razón es usted una letra chiquita. Pongámoslo así, entre más chiquita más importante.” “No entiendo nada”, y de verdad no tenía la más mínima idea de lo que hablaba la pluma esa. “Es muy sencillo, la letra chiquita es eso que se quiere decir pero no, en un documento oficial, es como un secreto, que sólo lo saben el abogado y el que contrató al abogado.”
Todo cambió en ese instante. Jack se fijaba tanto en mí que me confiaba secretos, Jack sabía que existía. “¡Jack me ama!”; ¡ups!, ¿lo dije o lo pensé? El franchute amargado se comenzó a reír, “Pero letra chiquita cómo siendo tan chiquita puedes creer que conquistarás algo tan grande.” ¡Ashhh!, me acuerdo y me enojó. Pluma de poca tinta, él no tenía la más mínima idea de lo que era yo capaz por mi amado Jack.
Lo recuerdo perfecto, fue la primera vez en mi vida que fui un poco arrogante, “Muy sencillo. Tú mismo dices que soy letra chiquita, y ¿de qué están hechas las oraciones, los párrafos, los textos?, de letras, las letras podemos decir lo que queramos. Yo le diré que lo amo”. Cómo si hubiera abierto la caja de Pandora, Jean Paul franchute amargado, soltó la carcajada, “Pero vamos a ver una cláusula ya escrita no se puede desescribir y de pronto formar otra cosa, son las reglas.” “Bueno amigo no mío, en esta vida podemos hacer casi todo lo que queramos, yo le diré a Jack que muero por él.” Me sequé lágrimas y me acomodé toda la tinta. Estaba decidido, sólo tenía que acomodar las letras en mis dos renglones para que dijera lo que yo sentía. Así Jack me leería y sabría exactamente lo que siento.
Entre tanta oscuridad de pronto se dejó ver un rayo de luz cegadora.
Nunca en tu vida habías visto a una letra chiquita tan concentrada como yo. Repetía a velocidad turbo la misma oración, me aferré como nunca a lo que quería y entonces sucedió.
Hubiera dado lo que fuera por fotografiar la expresión de Jack cuando llegó a la cláusula decimocuarta del contrato. Esa expresión me vale todo el oro y todo el dinero del mundo. Jack seguro tan seguro de sí mismo, leía el acta. “Por último y no por eso menos importante, la cláusula decimocuarta: Aquí estoy esperándote. Casí se ahoga. “Mr. Daniels, este no es el día para hacer bromas”, decía malhumorado Junior Becker padre. Jack sólo cambia de hoja, revisaba todos sus fólderes, pensando que había traído el documento equivocado. Jack nunca se equivocaba, ese día fue la primera vez.
No les quiero platicar lo que pasó en esa junta, pero mi tinta vibró tanto cuando Jack leyó mis palabras en voz alta, que ya el hecho de que tirará mi documento en un bote de basura en Central Park, me fue insignificante. Pude cambiar el mundo, mi mundo. Ese día me di cuenta que si quería, mi tinta sólo me obedecía a mí.
¿Quién era yo? La letra chiquita más grande del mundo.
De cómo George recogió mi documento del bote de basura, me enamoré de él y me enseñó a componer jazz, eso es historia.
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