lunes, 9 de febrero de 2009

APUNTES: D.F SITIADO

Por: Ana Laura Domínguez

A últimas fechas es cuando más he recordado las pláticas que tenía con mi querida abuela sobre cómo era el Distrito Federal de los años 20 y 30, cuando ella era niña. Me contaba de un D. F. con una mínima cantidad de vehículos, muy grandes eso sí, pero pocos. Solamente las familias acaudaladas de la época podían tener un auto. Era más bien una ciudad llena de tranvías que iban y venían a lo largo y ancho de la urbe. Ella conocía todas las rutas y yo todavía puedo recordar algunas. Aún hoy, si uno se fija bien, a través del viejo asfalto se logran asomar los rieles de aquel medio de transporte en algunas de las avenidas más transitadas y conflictivas de la ciudad.

Hoy no queda ni polvo de aquellos lodos. Desde hace décadas, el Distrito Federal se ha convertido en una ciudad caótica. En ese sentido, no le pedimos nada a New York, solamente nos faltaría cambiar de color a taxis.

No hay avenida, eje vial, distribuidor vial ni nada parecido, que logre desahogar la inmensa oleada de vehículos que circulan diariamente por el Distrito Federal.

La construcción y remodelación de las vías de circulación, también han generado un grave problema vial.

El automovilista siempre reniega de los impuestos que paga, respecto a los vehículos, argumentando que las calles de la ciudad son un enorme bache. El deseo tan anhelado se cumplió. Hoy la mayoría de las principales avenidas están “fracturadas”, bloqueadas y albergando unas máquinas gigantescas que quitan el asfalto viejo y deteriorado para colocar el pavimento hidráulico o para construir los segundos pisos. El problema es que, como todo buen mexicano, antes de terminar una obra, comienzan otra. Y es comprensible: -¡hay que justificar el presupuesto! –

Norte, sur, oriente, poniente y centro, para donde uno voltee y pretenda circular, hay una “obra de repavimentación” o una línea nueva de Metrobús y de las ya existentes, como la de Avenida de Los Insurgentes, siempre tienen un tramo en reparación, lo que ocasiona una invasión de carriles por parte del dichoso camión.

Los problemas de circulación no se han visto solucionados con la creación de los segundos pisos (los famosos distribuidores viales). El parque vehicular nos ha rebasado. Antes se hablaba de las famosas “horas pico”… ahora todo el día lo es. Desde muy temprana hora, hasta ya entrada la madrugada, las calles y avenidas principales del D.F., se convierten en un gigantesco estacionamiento.

Por otro lado, los transportes públicos también están resultando insuficientes. En definitiva, somos muchos. Con las 2 líneas del Metrobús se eliminaron los temidos “peseros” de Avenida de Los Insurgentes y Eje 4 Sur, pero continúan los taxistas, mismos que no se dan abasto y además, resultan excesivamente caros, no sólo por el famoso banderazo, sino por los cotidianos embotellamientos. El más rescatable, desde antaño, es el metro subterráneo (bendito sea). A pesar de que viajar en él no resulta del todo grato por las aglomeraciones y falta de espacio en los vagones, este medio de transporte se lleva las palmas por su rapidez, seguridad y capacidad de transportación.

Aunado a todo lo anterior, tenemos el pan de todos los días: las marchas, los plantones y los mítines que complican sobre manera la vialidad del Distrito Federal, háblese de trasporte público o privado.

El D. F. está sitiado por todos lados, en todos los aspectos, sin necesidad de que aparezca el ejército (a Dios gracias), pero en definitiva, estamos atrapados en nuestros propios aciertos y errores.

El Gobierno del Distrito Federal “hace su chamba”, como puede: repavimenta avenidas, construye pasos a desnivel y añade transporte público en “vías estratégicas”. Mientras, los ciudadanos un poco más pudientes y gracias a las facilidades de autofinanciamiento (y muy a pesar de la dichosa crisis), siguen comprando vehículos hasta que el parque vehicular reviente y no podamos circular a ninguna hora del día… o de la noche.

Pero que no se diga entonces que no sabemos qué diablos se hace con nuestros impuestos. Nada más hace falta asomar la nariz por la ventana y encontrarnos con una máquina Caterpillar frente a nosotros o un conductor que nos saluda alegre en el embotellamiento de un segundo piso del periférico.

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