martes, 12 de agosto de 2008

CURIOSIDODOS: Inventores desconocidos




POR: Marcia Trejo




Como nos es sabido, la publicidad busca posicionar en la mente del consumidor un concepto creativo generado ex profeso para el bien o el producto en cuestión. Sin embargo, mercancías comunes al comprador promedio, por esa misma cotidianidad, pierden el sentido único que les dio origen. Tal es el caso de las plumas para escribir o los cerillos; utensilios que una vez demostrando su utilidad, se perdieron en el anonimato “común y corriente”, que no impide, claro está, el culto a algunas marcas que los fabrican y que terminan por ocultar el nacimiento excepcional que alguna vez tuvieron. Como ejercicio de memoria y acto de reconocimiento, damos a continuación una pequeña semblanza de unos cuantos artefactos que cambiaron para siempre la faz de la civilización.

El señor Loud, por allá de 1888, decide crear un implemento de escritura que fuera mucho más funcional que las plumas estilográficas utilizadas en aquellos ayeres. Adicionando una pequeña esfera a las plumas que limitara la cantidad de tinta utilizada, crea el primer antecedente de los bolígrafos. Pasarían algunos años y Mr. Evans –recuperando el artefacto ideado por Loud- sustituye la esfera por una pequeña rueda que, al girar y de acuerdo a la presión ejercida, resbalaba sobre el papel y se iba entintando mediante un pequeño depósito. Estas primitivas plumas – dado que producían una escritura particularmente gruesa- sólo resultaban adecuadas para la rotulación de paquetes y cajas, por lo que fueron olvidadas durante años. Para la década de los treinta del siglo pasado, Ladislao Biro –un húngaro que se dedicaba a corregir pruebas en una imprenta- decide reinventar la pluma de esfera. Ayudado por su hermano Georg, dedica su tiempo libre a probar cuanto modelo se le ocurre, sin saber lo que el destino le deparaba. Cierto día, Henry Martín valorando los posibles alcances del instrumento decide fabricarlo en gran escala. La pluma llega a manos de un químico australiano de nombre Frank Seech, el cual desarrolla una tinta que secaba inmediatamente al contacto con el aire. A partir de ese momento, el bolígrafo alcanzaba su perfeccionamiento y no pasarían mas que unos cuantos meses para que invadiera el mundo.

Otro invento digno de mención son los cerillos. En el siglo XIX C. Astor, empleado del inventor John Walker, transportaba por instrucciones de su jefe potasio, cloruro, fósforo blanco y resina, en distintos receptáculos. Por un afortunado accidente, derrama el contenido al suelo y al levantar una tabla que estaba en la mezcla produce una flama. Impactado por el suceso, ensaya una y ora vez hasta que por fin en 1830 presenta al mundo un invento que aún en nuestros días está presente en todas las casas: los cerillos.

Blaise Pascal (1623-1662), deseoso de ayudar a su padre en su trabajo de recaudador de impuestos, inventó una máquina que permitía sumar y restar con facilidad. El aparato contaba con ruedecillas puestas en fila, cada una de las cuales contaba con 10 dientes y números del 0 al 9, que aparecían en unas pequeñas ventanas. Conforme se giraba la última rueda iban apareciendo los números y, al llegar al 9 si se giraba un poco más automáticamente la siguiente rueda se movía y empezaba a marcar las decenas, y así sucesivamente. De este modo, resultaba particularmente fácil sumar o restar (invirtiendo el proceso) grandes cantidades. En 1673, el filósofo y matemático Leibniz crea a su vez una máquina que permitía multiplicar y dividir que, junto con la anterior, representan los antecedentes de las modernas calculadoras.

La idea de producir frío de manera artificial obsesionó a más de un investigador. En 1685, Lahire descubre las propiedades de refrigeración del cloruro amónico. Noventa años después -mediante una máquina neumática- Cullon logra producir frío. Perkins, en 1834, utiliza éter. Gorrie por su parte, en 1850, crea una máquina frigorífica que funcionaba mediante la utilización de aire comprimido. Pero sería Ferdinand Carré en 1857 quien maravillaría al mundo presentando el ejemplo más acabado de máquinas capaces de producir frío.

La máquina de coser fue inventada por un sastre de nombre Barthélemuy Thimonnier quien habría de patentarla en 1840. Empero, cuando se intentó producir el invento en gran escala, los resultados fueron desalentadores. Los trabajadores de la confección de París- temerosos de que se acabara su fuente de trabajo- destruyeron todas las máquinas y, no contentos con ello, amenazan de muerte al inventor que no tiene otra opción que huir para salvar la vida. No obstante, por azares del destino logra salvar un prototipo de la máquina el cual cae en manos de un relevante industrial que decide reiniciar la fabricación.

Uno de los inventos, sin duda, más famosos es la televisión. Entre sus pioneros está John Logie Baird quien basándose en las propiedades fotoeléctricas del selenio, consigue transmitir en 1924 una imagen a través de dos habitaciones. Emocionado por el hallazgo, prosigue sus intentos con mayor fervor hasta que, en 1926, presenta en Londres la primera demostración oficial que consistió en la transmisión de una minúscula imagen descompuesta en 28 líneas proyectada a través de agujeritos alineados en espiral en un disco giratorio. En vista de que la definición lograda con este aparato era muy limitada, se empezó a utilizar el tubo de rayos catódicos. Con la invención del iconoscopio por Vladimir Kosma Zworikyn, la televisión alcanza la mayoría de edad. De las 30 líneas de definición usadas se pasaría a 180, a 455 y hasta 819 en 1949.

Otro inventor que no puede ser dejado de lado es Velayer quien fuera refrendario del Consejo de Estado en Francia en 1653. Velayer tenía la concesión para transportar y distribuir la correspondencia en París, cierto día tuvo la feliz idea de instituir billetes de porte pagado a los que dio el valor de un sueldo. Quien mandase una carta debía envolverla en uno de estos billetes que después era quitado al entregar la misiva al destinatario. Posteriormente, sir Rowland Hill idea en mayo de 1840 el primer sello adhesivo, o sea con la goma ya preparada en el dorso, para aplicarlo en el sobre o en la misma carta convenientemente doblada. El primer sello conocido era negro y valía un penique, además de que estaba adornado con el perfil de la reina Victoria.

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