viernes, 12 de septiembre de 2008

FARFADET: De cómo la letra chiquita se supo grandota

POR: Adaní Vázquez

A la letra Chiquita le encanta el jazz. No creas que por ser Chiquita es tonta o insignificante, de hecho, es de las letras que más importancia tienen. Hoy vive en una elegante taza de café en Nueva Orleáns, ¡claro!, la cuna del Jazz. Pero no siempre fue así, letra Chiquita tiene una gran historia. No sería adecuado que yo se las contará, seguro se enojaría mucho conmigo, a ella le gusta contar sus propias historias, al final se ganó el derecho para hacerlo. Así que letra Chiquita, mis lectores son tus lectores.

Gracias. Hola, soy la letra Chiquita. Sí, soy esa pequeña letrita que todos quieren esconder, pero en el fondo quieren enseñar. Soy esa letra que forma palabras que todos pretenden no ver y, al final, siempre se sorprenden de lo que puedo llegar a decir. Comúnmente me encuentras vestida de rojo y soy experta en documentos oficiales, de esos que redactan los abogadillos.

Existen otras letras Chiquitas, pero la verdad es que no les gusta la vida pública, entonces viven escondidas en algún documento, en uno que otro corazón, en la punta de una lengua, por eso no tengo mucha relación con las de mi especie. En realidad, ese fue el problema desde el principio.

En aquella época yo era parte de un documento oficial, un acta de acuerdo prematrimonial. Una pareja adinerada de Nueva York planeaba su boda y con ella, por supuesto, todos los arreglos que por ley convenían a la familia del novio. Pero olviden a la pareja, el que importaba el abogado, ¡ufff! el abogado, Mr. Jack Daniels. Él era toda mi sal y yo toda su pimienta.

Era verano, obvio hacía mucho calor. Jack apresurado organizaba todos los papeles que tenían que ver con el matrimonio Becker. Fólder tras fólder, la máquina de escribir no dejaba de sonar. Yo sabía que ese era el día. No podía esperar el momento en el que Jack y yo nos volviéramos a ver, así cara a cara. Hacía dos noches que de su puño y letra había creado toda mi oración, dos renglones, directos, precisos, con una tinta roja del todo elegante; esa tarde tendría que revisar meticulosamente la parte de mi cláusula, y yo, tenía toda la intención de decirle que mi tinta, toda ella, existía para él.

¿Cómo una letra Chiquita podría hacer eso?, seguro se lo preguntan, yo me lo pregunté. ¿Cómo una letra enamora a un hombre de carne y hueso?; quería que me viera, que supiera que fuera de ese documento yo existía y que gracias a él me gustaba sonreír. Asegurarle al mundo que existes no es nada fácil y siendo chiquita pues la cosa se complica.

Cuarto para las seis, era el momento. Lo único que se me ocurrió fue tratar de ser más roja de lo que soy, brillar, deslumbrar tanto en esos dos renglones que Jack tuviera que verme, acercarse lo suficiente para escucharme.Se puso sus lentes de negro armazón, esos que hacían de sus ojos verdes dos enormes esperanzas.

NOTA: En caso de deceso de cualquiera de los cónyuges absolutamente todos los bienes pasan a ser parte del patrimonio del Sr. Junior Becker y familia.

Palabra por palabra, letra por letra, cuidadosamente revisó. Me esmeré tanto en brillar que casi podía ver el resplandor en el reflejo de sus lentes. Quería gritarle, pero al parecer todos mis intentos se quedaron cortos. Terminó de leer la cláusula, se quito los lentes, los mordió de la patilla y dijo “Perfecto”; metió el documento a la carpeta y, de pronto, todo quedó a oscuras.

Sin duda el día más triste de toda mi alfabética existencia. De pronto me sentí demasiado pequeña en un fólder, en un portafolio, en un mundo demasiado grande. La tinta se me empezó a salir de las vocales. Todo mal. ¿Cómo una letra Chiquita enamora a un hombre de carne y hueso?

Por suerte nací con buena estrella. La escurridera de mi tinta llegó hasta el estuche de un bolígrafo Mont Blanc, que con toda propiedad se dirigió a mí desde su caja. “Señorita, si me permite el atrevimiento; ¿cómo es que una damisela tan pequeña como usted puede llorar tanto?”, “Usted perdone, pero no lo puedo evitar”, le contesté. “Todo se puede evitar o no evitar en esta vida, la verdad es que uno puede ser prácticamente lo que sea. Vamos deje de llorar, su tinta comienza a ensuciar mi estuche.“ Me disculpé. “Yo soy Jean Paul. ¿Con quien tengo el gusto de compartir esta charla?”, “Soy Nota Cláusula decimocuarta del acta prematrimonial de la familia Becker.”, “Cáspita, eso me parece más que un nombre una descripción. ¿Quién eres?, ¿qué eres?”.

Jamás me habían preguntado eso, nunca nadie había cuestionado mi existencia. Desde que tenía memoria, era parte del acta de los Becker y estaba enamorada del abogado Jack Daniels. ¿Qué soy?, no sabía la respuesta, lloré todavía más.

“No sé que soy.” “¿Cómo es posible?, eres un lápiz, una goma, una tarjeta representación, algo debes de ser. No puedes andar por ahí no siendo nada, es de mal gusto.” Descorazonada respondí que no estaba segura de saber qué eran todas esas cosas, pero que seguro no era una de ellas. Jean Paul se quedó mudo un instante. “Bueno, creo que es mi deber ayudarte a descubrir qué eres. Veamos, dijiste en tu descripción, bastante pobre por cierto, que eres una especie de cláusula, quizás seas un fólder.” “No creo porque más bien estoy dentro del fólder.” “!Aaaa¡, entonces seguro eres una hoja de papel.” “Tampoco, porque estoy dentro del papel.”, “Entonces claro eres un párrafo, una oración, una palabra, una letra.” “No estoy muy segura porque veo las letras y son mucho más grandes que yo y como de otro color.” “Mmm, interesante, ¿puedes decirme cómo eres? “ ¿Cómo soy?, me sentí rara tan siquiera en pensar esa respuesta.
“Pues, soy de un color rojo bajito, me parezco un poco a las letras que dijiste, sólo que yo estoy más chiquita y en una esquina. “ “A ver, a ver, cómo está eso de que estás en una esquina. ¿Puedes decirme qué dice tu cláusula? Por fin una pregunta sencilla, pensé. Me memoricé cada palabra, Jack siempre leía en voz alta. “En caso de deceso de cualquiera de los cónyuges absolutamente todos los bienes pasan a ser parte del patrimonio del Sr. Junior Becker y familia.”, “Interesante, interesante y dices que eres chiquita y de rojo bajito, casi imperceptible.”, “Bueno ahora en vez de carmín ya soy más bien escarlata pero sí, así soy yo. “ “Y dices que te pareces a las letras. Tienen la misma forma y todo.” “ Podría decirse, sí.” “Señorita usted es lo que muchos llaman la letra chiquita de un documento.”

¡¿Quéeeeee?! ¡Claro!, lo mismo pensé yo, quién se creía ese franchute amargado para decirme que yo era la parte chiquita de un documento, me sentí ofendida. Entonces mi color escarlata se convirtió en rojo lava. “Disculpe, creo que se equivoca. Jack siempre decía que yo era la parte más importante del documento, no creo ser la pequeña esa que usted dice”. “Mil disculpas señorita si mi comentario, llegó a ofenderla. Pero precisamente por eso, si el Jack ese, que supongo que es el abogaducho que lleva el caso del matrimonio, dice que usted es la parte más importante del documento, con más razón es usted una letra chiquita. Pongámoslo así, entre más chiquita más importante.” “No entiendo nada”, y de verdad no tenía la más mínima idea de lo que hablaba la pluma esa. “Es muy sencillo, la letra chiquita es eso que se quiere decir pero no, en un documento oficial, es como un secreto, que sólo lo saben el abogado y el que contrató al abogado.”

Todo cambió en ese instante. Jack se fijaba tanto en mí que me confiaba secretos, Jack sabía que existía. “¡Jack me ama!”; ¡ups!, ¿lo dije o lo pensé? El franchute amargado se comenzó a reír, “Pero letra chiquita cómo siendo tan chiquita puedes creer que conquistarás algo tan grande.” ¡Ashhh!, me acuerdo y me enojó. Pluma de poca tinta, él no tenía la más mínima idea de lo que era yo capaz por mi amado Jack.

Lo recuerdo perfecto, fue la primera vez en mi vida que fui un poco arrogante, “Muy sencillo. Tú mismo dices que soy letra chiquita, y ¿de qué están hechas las oraciones, los párrafos, los textos?, de letras, las letras podemos decir lo que queramos. Yo le diré que lo amo”. Cómo si hubiera abierto la caja de Pandora, Jean Paul franchute amargado, soltó la carcajada, “Pero vamos a ver una cláusula ya escrita no se puede desescribir y de pronto formar otra cosa, son las reglas.” “Bueno amigo no mío, en esta vida podemos hacer casi todo lo que queramos, yo le diré a Jack que muero por él.” Me sequé lágrimas y me acomodé toda la tinta. Estaba decidido, sólo tenía que acomodar las letras en mis dos renglones para que dijera lo que yo sentía. Así Jack me leería y sabría exactamente lo que siento.

Entre tanta oscuridad de pronto se dejó ver un rayo de luz cegadora.


Nunca en tu vida habías visto a una letra chiquita tan concentrada como yo. Repetía a velocidad turbo la misma oración, me aferré como nunca a lo que quería y entonces sucedió.

Hubiera dado lo que fuera por fotografiar la expresión de Jack cuando llegó a la cláusula decimocuarta del contrato. Esa expresión me vale todo el oro y todo el dinero del mundo. Jack seguro tan seguro de sí mismo, leía el acta. “Por último y no por eso menos importante, la cláusula decimocuarta: Aquí estoy esperándote. Casí se ahoga. “Mr. Daniels, este no es el día para hacer bromas”, decía malhumorado Junior Becker padre. Jack sólo cambia de hoja, revisaba todos sus fólderes, pensando que había traído el documento equivocado. Jack nunca se equivocaba, ese día fue la primera vez.

No les quiero platicar lo que pasó en esa junta, pero mi tinta vibró tanto cuando Jack leyó mis palabras en voz alta, que ya el hecho de que tirará mi documento en un bote de basura en Central Park, me fue insignificante. Pude cambiar el mundo, mi mundo. Ese día me di cuenta que si quería, mi tinta sólo me obedecía a mí.

¿Quién era yo? La letra chiquita más grande del mundo.

De cómo George recogió mi documento del bote de basura, me enamoré de él y me enseñó a componer jazz, eso es historia.

BIBLIONAUTAS: Contra el amor


RUDEZA NECESARIA

POR: Eduardo Acosta

No es que resulte sorprendente, no, sin embargo resulta muy audaz y agradable que una mujer planteé de entrada, como escape libertario, el adulterio como reducto subversivo del ser humano y más, que otra mujer se lo proporcione a su amor.

Bajo esta premisa Laura Kipins en su ensayo concupiscente Contra El Amor pone de manifiesto las semejanzas entre las relaciones sentimentales y las relaciones laborales, desenmascarando de manera puntual la concepción idealista del amor, señalando al matrimonio y las relaciones monogámicas como herramientas del sistema para alienar a las masas, y a las no masas.

El amor se ha convertido en un medio de control social, una serie de convenciones implementadas e incrustadas en cada ser humano desde el momento de su concepción: un bebé nos unirá más, para ser feliz debes tener pareja, para ser mujer debes de ser madre, juras amar por siempre, hasta que la muerte nos separe, infiel ni con el pensamiento, etc.
Sin duda un libro que examina al matrimonio como contrato social, laboral y económico, cuyo capital golondrino es el amor, estableciendo exclusividad en los mercados sin oportunidad de expansión, la monogamia.

Reflexionar y cuestionar el papel actual del amor es bastante atinado, no es que este mal el amor en sí mismo, no, lo transforma su carácter alienador, y lejos de exponenciar la libertad y creatividad del otro se ha convertido en un sesgo y acoso a las libertades del mismo para mantener la maquinaria del sistema en movimiento para generar grandes ganancias económicas. Así, los binomios Trabajo/Amor y Oficina/Cama se han convertido en actividades inherentes e indisolubles, queda pues en nosotros rescatar al amor de la concepción posmoderna de trabajar para conservarlo.

Además de resultar un magnífico ensayo, TUMBONA EDICIONES lo presenta dentro de una colección llamada Versus donde se abordan 12 temas a manera de rounds donde varios ensayistas vierten de manera polémica sus opiniones sobre conceptos considerados como intocables desde el punto de vista convencional. Su diseño y formato intentan recuperar la visión contestaría del fanzine logrando una lectura atractiva con todo el carácter contestatario que da la brevedad, como bien lo señalan en su blogg.
http://tumbona.blogspot.com/



domingo, 7 de septiembre de 2008

SIMULACIONES REPRESENTATIVAS: Los umbrales del erotismo


MARASSA: ¡Juventud, divino tesoro! Y México, un pueblo que envejece


POR: Ana Laura Domínguez


Hace algún tiempo la expectativa de vida se promediaba entre los 60 y 70 años. Ahora no se sabe a ciencia cierta, pero es mucho más que eso. Lo único verdaderamente cierto, es el triunfo del Sector Salud y de los avances médicos, que le prolongan la existencia al ser humano hasta pasados los 85 años, aunque la mayoría de las veces, no sea con una verdadera calidad de vida.

Gracias a la las ultimas proyecciones del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e informática (INEGI), se estima que México cuenta con una población de 106,7 millones de personas, de las cuales, actualmente, nueve millones son de la tercera edad. Se pronostica que para el año 2050 esa cifra se elevará a 34 millones de ancianos. Esperemos que la ciencia no nos mantenga respirando para presenciar tal horror.

En realidad podríamos decir que fue el gobierno mismo quien de alguna u otra forma, propició el envejecimiento de su pueblo.

Por un lado, cómo olvidar todas aquellas campañas “publicitarias” tanto de organismos gubernamentales como del sector privado, en donde incitaban a la población a tener menos hijos porque la explosión demográfica nos estaba rebasando. Ya éramos muchos. Los anuncios referentes a los métodos anticonceptivos estaban en pleno apogeo así como las campañas del Sector Salud para el control de la natalidad.

Y todo el mundo hizo caso. Durante por lo menos un par de décadas, las parejas, casadas o no, no tuvieron descendencia y por mucho, engendraron solamente un hijo.

Ahora en países como España y Japón, el gobierno les paga a los ciudadanos para que tengan hijos. El mundo envejece de una manera acelerada y lamentable. Seguimos siendo muchos, pero viejos. La taza de mortalidad ha disminuido considerablemente.

Y es que en eso de la “natalidad”, los ciudadanos estamos contra la espada y la pared. Por más buena voluntad, gusto y deseo que se tenga para procrear, debe uno contemplar aspectos muchísimo más importantes que el simple placer de cambiar pañales. La economía del mexicano promedio es un factor preponderante en esta toma de decisiones. Los hijos son para toda la vida, o por lo menos para la mitad de ella según se sabe. El aspecto educativo es el más importante. Los países no solamente necesitan gente joven, sino jóvenes bien preparados para que puedan salir adelante como individuos y a la vez, logren o intenten hacer crecer a su país. Este es un gran reto para los padres. La disyuntiva entre el pago de colegiaturas con cantidades estratosféricas de dinero o el volado de las escuelas de gobierno; sobre todo a nivel primaria, en donde el inglés como segundo idioma brilla por su ausencia, privando a los niños de una de las mejores armas con las que contarán en su vida adulta.

El convertirse en un país de viejos no es nada alentador. La economía de la nación puede tambalearse con un porcentaje tan alto de la población que ya no está en edad productiva.

Antes se decía que la persona de la tercera edad, era la voz de la experiencia, de la sabiduría. Más sabe el diablo por viejo que por diablo. Ahora es difícil conseguir empleo a partir de los 40 años, porque está uno “viejo” para el mercado laboral.

Algunas cadenas de supermercados le dieron la oportunidad al adulto mayor, contratándolos como empacadores en las cajas registradoras. Los famosos y bien conocidos “cerillos”, son personas de la tercera edad, hombres y mujeres. Es un avance y una gran ayuda y buena voluntad, pero no resuelve nada. En su mayoría son personas que no rebasan ni los 70 años.

El problema real está en las personas de más de 70 años, unas de ellas enfermas o con alguna discapacidad, que no pueden incursionar en el mundo laboral, aunque se les brinde una pequeña oportunidad y sobre todo, en que la población actual de jóvenes y adultos jóvenes, dentro de unas cuantas décadas serán los amos del país (y posiblemente del planeta) simplemente por ser mayoría, no habiendo gente joven y/o niños para sustituirlos.

México por lo menos no está preparado para enfrentarse con una problemática de esta índole. No se trata de alcanzar la máxima longevidad en el ser humano, sino saber afrontarla, tener conciencia de ésta, prepararse en materia laboral para darle cabida a los hombres y mujeres de más de 70 años y hacerlos personas productivas.

Tampoco se trata de volver a épocas antiguas y formar familias de más de cinco miembros, sin tener los recursos económicos para brindarles a los hijos una buena educación y ofrecerles un futuro promisorio.

Los factores económicos, políticos, sociales, culturales y educativos son piedras angulares en la recuperación de un país y también pueden convertirse en fuertes rocas que obstaculicen su crecimiento si no se les pone la debida atención.

El envejecimiento de un país no solamente se ve representado por la edad biológica de sus habitantes, también por su edad mental.

El problema está latente y ávido de soluciones y no creo que solamente un Centro Geriátrico Especializado, logre reparar el daño que ya tiene el México viejo.

FARFADET: Gula

POR: Antonio Barrón, El Abuelo

Gracias a ti, algunas veces me sentía capaz de lograr que me amaras de regreso, que podías hacerme sentir esa pasión que me gustaba hacerte sentir. Hay veces que mi cabeza recrea historias y palabras que deseo que tus labios pronuncien; será irónico, pero no se me olvida la primera vez que te besé, que olí tu cuerpo, esa piel que huele a mango, dulce y a la vez deja un sabor cítrico que recorría cada uno de mis poros, elevándome, dejándome llevar, a no querer contenerme a tu fuerza, tu entrega, tu pasión; esa pasión que es como chocolate líquido, se escurre, me recorre lentamente hasta que su caída tropieza con pedazos de fresa que complementan perfecta mi perfecta agonía e inquietud.

Una vez te dije que tus labios eran como un buen corte de carne, gruesos y jugosos, que podían ser crudos y podían llegar a quemar, pero que por alguna razón no podía dejar de probar; sueño repetidamente contigo, y no puedo saciar mis ganas de comerte, saborearte, alimentarme de ti, de tu frescura; esa frescura que es como agua de frutas o el más frío refresco que alivia el calor de verano o aquel que produce tu piel al rozarse con la mía.

Las veces que tu y yo nos enojábamos, la salsa picaba, ardía por dentro, transcurría el picante por las venas, la irritación de los ojos se hacía notoria y las manos se apretaban como queriendo deshacer pasteles de tres leches, cuya leche escurría lentamente por mis dedos, empalagándolos, deseando la destrucción total, no dejar migaja, no sentir esa frustración y las ganas de brincarte encima y arrancar tus ropas como la cascara de un plátano, y sé que después de un tiempo, terminábamos así; perdonándonos, consumiéndonos, probándonos como la soda y el helado que al juntarse burbujean, se elevan, recrean y reconstruyen toda la experiencia y producen que el picante se endulce y se convierta en miel que curaba heridas.

Ahora el festín se acabó, no hay más bufete interminable. No más malteadas de vainilla que rocen mis labios ni dulces que empalaguen mi alma, mi corazón. Sé que te consumí por completo, en poco tiempo, me atraganté, me acabé lo interminable, me inflamé y te vomité. No te asimilé ni digerí, pensé que me hacías mal sin comprender que sólo me recargué y que después de una pequeña evacuación, tu sabor podría seguir alimentándome. Ahora me levanto de esta mesa vacía, con la cuenta sin pagar, aún con hambre pero consciente que ya no estarás. Así mientras levanto mis pies del piso y camino a la caja, me doy cuenta que delante de mí aún quedan más mesas dónde sentarme y mil platillos más que comer, porque si es cuestión de sabor, aún quedan miles de sazones que probar; mientras tú seguirás en la misma mesa esperando a ver quién te quiera probar. Yo me voy bien y muy satisfecho, feliz y sin ganas de confesarme. Buen provecho.

EL DODO DICE... El respeto al Dodo ajeno


lunes, 1 de septiembre de 2008

EDITORIAL UNA MARCHA BONITA

La Paz, la Seguridad y la Moda

Por. Raúl Gómez Miguel


Y ahí estaba la gente bonita; la que puede pagar campañas y proyectos personales de crítica y dolor; la que decora las portadas de las revistas de sociales; la que vota como si la política fuera una monada, la que todo lo que toca lo convierte en vacío; la que llora en televisión abierta; la que denuncia sin ponerse a disgusto con los mandamases; a la que pertenecía Felipe Calderón once años atrás y que ahora lo expulsa por “mala onda”; la que rentó camiones para que las señoras de Interlomas, Lindavista, Lomas, Tecamachalco, Santa Fe estuvieran en el acto, en el evento de este semestre; la que en un exceso de nacionalismo aceptó la presencia de pelusita para hacer bola pero guardando la distancia; la que siguiendo las instrucciones de las “plumas” consagradas sugerían la renuncia del gabinete en pleno, ese mismo que ella había llevado al poder; la que había comprado el outfit de rigor en la tienda de prestigio y que descubría el centro histórico de la capital como prueba de que el señor Slim siempre sabe lo que paga; la que confundía la protesta ciudadana como un espectáculo de “Up with the people”; la que le puso a sus mascotas playeras estampadas con la causa; la que tiene que pagar por una seguridad privada de primer mundo además del blindaje de autos y camionetas; la que manda a sus retoños a estudiar en una universidad de reconocimiento universal; la que se buscó a la mañana siguiente en las fotografías difundidas públicamente y que compró o aviso a sus familiares para que atestiguaran su conciencia social; a la que sólo le falta cantar villancicos navideños y romper piñatas, la que escribió cuanta barrabasada se le vino a la mente para sentirse a tono; la que critica la corrupción y es la primera en beneficiarse de ella; la que habla de igualdad poniendo a la servidumbre en su lugar; la reduce la empatía política a una condición de naco; la que se envalentona hasta que la lumbre les quema; la que descubrió horrorizada que era parte de México.

Y ahí estaban los pocos, los que sin disfraz ni candelas hacían un voto de silencio por los muertos; las víctimas inocentes de la indolencia social, los que se la jugarían como todas las noches de su vida al regresar a sus casas, esperando que Dios estuviera de buenas y llegaran a salvo, los que día a día son ultrajados y robados sin que sus nombres aparezcan en desplegados y noticias de ocho columnas, los que por cien pesos pueden ser baleados o picados, los que saben de siglos que a la policía y a los poderosos no les interesan, los que oliendo a miseria clamaban una justicia ilusoria, los que engruesan la estadística anónima, los que son la clientela del “pronto”, del “mañana”, los que no conocen la etiqueta y el protocolo, los que son prescindibles por ser millones, los que son “mexicanos al grito de guerra”.

Y ahí estaba el cronista aceptando el valor de los ancianos que con paso lento y digno protestaban por el país que dejaban a los que vienen. Los vi caer y levantarse. Los vi fatigados. Los vi muertos de ataques al corazón. Los vi como ejemplos que hubo un tiempo pasado mejor. Los vi y me conmovió notar el punto de descomposición social al que ha llegado México, que hasta sus viejos tienen que morir peleando.