domingo, 15 de marzo de 2009

MARASSA: El asunto del alcohol


Por: Raúl Gómez Miguel



Vamos a ponernos serios. Ni las autoridades ni los ciudadanos saben qué hacer exactamente contra el alcoholismo. Y lo digo por la simple razón de que, a pesar de la aprobación de leyes secas, la gente sigue empinando el codo y protagonizando desgracias mortales. La explicación es muy simple: por cada determinación gubernamental, habrá algún ciudadano que encuentre la forma de darle la vuelta y beneficiarse del mal ajeno.

No me trago que sea la imposición autoritaria la que decida a cualquiera a disminuir la bebida, portarse bien y dormirse temprano. Los ciudadanos, a pesar que a los funcionarios públicos no les parezca, son mayores de edad y saben lo que hacen.

Las manifestaciones histéricas de algunas asociaciones no gubernamentales y alcohólicos renacidos muestran una preocupación por el problema en su resultado, no en su origen. Las razones para que el ser humano se exceda en el abuso de la bebida son infinitas, pero tiene que resolverse individualmente y no metiendo en el saco a todos con una gran legislación que en breve mostrará su ineficacia.

Las autoridades muestran estadísticas alarmantes y se olvidan que por una simple proyección numérica al crecer la población, la incidencia de los problemas aumenta; no es que haya más borrachos, es que hay más gente.

Los focos rojos se disparan porque los niños están consumiendo alcohol a edades tempranas y se omiten las razones económicas y sociales, principalmente, que los mueven a llevarse una botella a la boca.

Se nos olvida que quien tiende a las adicciones terminará en ellas si no recibe un tratamiento especializado a tiempo. El que no le gusta la bebida, no la tomará. Lo mismo sucede con las drogas, hay quien cae en ellas y quien las prueba y no le atraen.

Sin embargo, mientras la ciudad de México demanda medidas prioritarias para no caer en la destrucción total, el populismo del partido en el poder determina acciones que por mal planeadas invariablemente se volverán en su contra.

La creación de retenes de revisión nocturnos, por ejemplo, facilita el secuestro como el caso del joven Martí o mínimo la extorsión como sabemos por referencias directas que ninguna autoridad considera.

La aprobación de medidas de control de las “barras libres” y los horarios de venta de bebidas alcohólicas en establecimientos de esparcimiento, tampoco prosperarán precisamente por aplicarse en el momento en que la crisis económica azota al sector de bares y restaurantes, que se le exige producir con camisa de fuerza.

A meses de la tragedia del News Divine, el gobierno local no entendió la lección: cuando alguien desea perderse en el alcohol lo hace a la hora que se le pega la gana y en los términos que le convengan. Si quiere, hasta a lado de una patrulla o un módulo de vigilancia.

Como ya reza la rupestre publicidad de los antros, la noche es más joven así que abren más temprano y la clientela se pone hasta el sorbete en otro horario con sol y todo saliendo a cometer las mismas imprudencias que haría en la madrugada, sólo que esta vez el peligro exponencial sería mayor por el número de personas con las que entraría en contacto.

Desde las crónicas antiquísimas que han sobrevivido, los habitantes regulares de la Ciudad de México han sido buenos para la fiesta y el exceso sin que a la fecha ningún bando o burócrata (incluido el Regente de hierro) los haya desmoralizados para armar borlote y pegar gritos apaches a medida que las bebidas duras hacen efecto.

No es con miedo o solemnidades como reculará el alcoholismo, el remedio está en el fortalecimiento de la salud mental de las familias, en las oportunidades de crecimiento social, en la enseñanza y no el susto de las consecuencias de los actos, en la disminución de la corrupción y otras variables que semejan una lista de buenos deseos y no las obligaciones reales de la sociedad.

No tapemos el sol con un dedo, el alcoholismo tenemos complicidad TODOS y TODOS tenemos que pensar para resolverlo y no dejar que una punta de asambleístas y candidatos preocupados por la imagen nos avienten el problema lavándose las manos con letra muerta y con la convicción plena que los mexicanos terminaremos haciendo nuestra real y celestial voluntad, con muertos y desgracias.

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